El autor de este generoso tomo (generoso por su
volumen de 543 páginas, aunque sólo es un adelanto de sus Memorias Completas, y también por su
profundidad), el psiquiatra Carlos Castilla del Pino, nos advierte en sus
primeras páginas que su tío Antonio estuvo más de treinta años sin querer salir
de una habitación, y que su prima Dolores era catatónica. Con este bagaje, no
es raro que nuestro hombre eligiese la profesión que luego desempeñó, y que lo
ha convertido en una figura puntera.
Definiéndose desde su juventud como monárquico,
antimilitarista y anticlerical, Carlos Castilla del Pino tuvo que enfrentarse a
una época difícil (que comprende la república, la guerra civil y la dictadura),
en la que dominaban otros vientos distintos al suyo, y en la que era necesario
defenderse de las asechanzas externas con la bandera de la honestidad y del
rigor. A bordo del navío de este colosal Pretérito
imperfecto, que tiene por estandarte el amor a la verdad, Castilla del Pino
nos va revelando todos esos detalles y nos va conduciendo a lo largo de su
vida, mostrándonos pormenores asombrosos de la misma (por ejemplo, que asistió
a su primera autopsia cuando apenas contaba doce años, y que la soportó con
entereza y buen estómago), e incluso experiencias sumamente dolorosas (como
cuando refiere el fusilamiento de cierto pariente suyo, en un párrafo que es
digno de recordarse: “Mi tío Miguel yacía de perfil, la cara sobre una losa de
la acera, en la que dejó la silueta de su frente, nariz y mentón perfectamente
dibujada de rojo. Dos días después, del Ayuntamiento se cursaron órdenes para
que la losa fuera retirada ante la imposibilidad de acabar con la mancha roja
que silueteaba su rostro. La piedra se le entregó a la familia, que mandó
romperla a martillazos”).
Por lo que respecta a las aventuras amorosas, lo
que Castilla del Pino nos cuenta oscila entre las aventuras adolescentes
(siempre ingenuas) y el mundo venal de las casas de citas (tampoco muchas, ni
muy frecuentes), aunque destaca por encima de todos estos episodios el
hilarante idilio que mantuvo con una chica muy mona, seis años mayor que él, a
la que dejó porque comprobó que la muchacha no sabía pronunciar la palabra vejiga, a pesar de que la joven estaba
cursando segundo curso de Farmacia.
Pero es que, si este cúmulo de información vital
nos pareciera poco, Castilla del Pino ha dibujado trazos donde podemos
reconocer a distintos personajes de nuestra historia, inmortalizados al
aguafuerte. Tenemos a un médico de la talla de Gregorio Marañón, comportándose
como un truhán sin escrúpulos, y cuyo único objetivo en la vida es trepar y
mantenerse en lo alto (aunque los procedimientos no sean demasiado ortodoxos).
Tenemos a un jovencísimo Manuel Fraga Iribarne haciendo el servicio militar con
más entusiasmo que buen provecho, dado que era “capaz sólo tras grandes
esfuerzos de marcar correctamente el paso”. Tenemos al murciano Juan Torres
Fontes, al que define como “serio pero buena persona” y con el que colaboró en
el estudio. E incluso tenemos al beatífico y siempre edulcorado Juan Antonio
Vallejo-Nájera, modelo de cristiano humilde, rajando con una navaja las ruedas
del coche de López Ibor, tras un ejercicio de oposición que enfrentó al doctor
Nájera (padre) con el citado facultativo.
En síntesis, toda una vida llena de
acontecimientos, lecturas, amores, oposiciones y amistades, llena de
informaciones curiosas, de anécdotas y de humor, que alcanzará continuación en
un segundo volumen. Digno será sin duda de leerlo.
2 comentarios:
muy bueno
NO DICES EL COMENTARIO QUE LE DEDICA CASTILLA DEL PINO A TORRES FONTES,AHORA LOS DOS ESTÁN MUERTOS YA NO IMPORTA.
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