El espacio de vida que se desarrolla en la escuela
y el instituto no siempre deja recuerdos agradables en las personas. Hay, desde
luego, momento inolvidables de camaradería, amistad, diversión y sonrisas; pero
también episodios agraces, frustraciones, traumas y quistes que se insertan en
el alma y te acompañan hasta el final de tus días. Ernst Jünger, el longevo
escritor de Heidelberg (murió rozando los 103 años), fue un estudiante
mediocre, revoltoso, inestable y que mereció la expulsión de varios colegios
durante su infancia. Jamás mostró gran entusiasmo por el estudio. Pero en este
libro, que titula significativamente Venganza
tardía y que traduce Enrique Ocaña para Tusquets, comprendemos con más
detalle los motivos que lo llevaron a comportarse como lo hizo.
El protagonista de esta biografía emocional es
Wolfram, un niño que se siente incómodo en la escuela, porque no le gusta que
todo esté basado en la memoria y la repetición. Él es un gran lector (en
especial, le entusiasman Daniel Defoe y Karl May, aunque siendo un poco mayor
se adentra en la poesía de Schiller, cuyos versos llega a copiar a mano con
gran fervor) y su mundo de fantasía se ve cercenado, cohibido, por la
reglamentación excesiva de los profesores, que no atinan con la forma de
hacerle feliz ni de suministrarle los elementos que necesita para aprender con
gusto. Tampoco en casa, dicho sea en honor a la verdad, alcanza niveles de
comprensión óptimos: un día, después de dibujar unos patos más grandes que las
ovejas que tienen al lado, recibe una observación crítica de su madre, que le
pregunta la razón de ese desequilibrio. El chico replica que los pinta más
grandes “porque son mis preferidos” (p.19).
Hasta tal punto llega su desconexión con el medio
estudiantil que Wolfram empieza a tener “desconexiones”. Es decir, episodios en
los cuales se abstrae de la realidad hasta tal punto que comienza a ponerse en
peligro (está incluso a punto de ser atropellado por un cochero). Burbujas que
le permiten instalarse en su propio yo, ajeno a las invasiones no deseadas del
entorno.
En ese entorno destaca por su acrimonia el profesor
Hilpert, un energúmeno de mirada paralizante que le imparte matemáticas y que
lo tiene intimidado hasta llegar a provocarle tartamudeo; y cuando es
sustituido (por su alcoholismo), la persona que viene a desempeñar la tarea de
maestro no es mejor, ni mucho menos: el profesor Corax, un filólogo detestable.
¿Wolfram y Ernst son la misma persona? Según las
detalladas observaciones que se pueden leer al final del tomo, en la sección “Notas”,
parece indudable que así es. Ambos escuchan voces imaginarias, sufren en la
escuela, coinciden en sus gustos literarios, tienen parientes idénticos... Para
que la identificación fuera del todo exacta, tendríamos que saber si Ernst
consideraba que su plato favorito era la sopa de guisantes con salchicha (como
afirma Wolfram en la página 60) y si Wolfram, con el paso de los años, se
convertiría a la juvenil e irresponsable edad de 46 años en capitán del
ejército nazi ocupando París (como hizo Jünger).
El final de este breve volumen es apoteósico, pero
les dejaré que lo descubran por sí mismos.
1 comentario:
No conocía el libro pero me han dado unas ganas tremendas de ir corriendo a por él. Me gusta lo que cuentas de que al protagonista no le gusta la escuela porque está basada en la repetición y la memoria y que su fantasía se ve reducida por una educación excesivamente reglamentada y que atiende poco a la indiviudalidad. Muy actual (aunque he visto que el libro tiene varios años).
Gracias y un saludo!
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