jueves, 29 de agosto de 2013

Venganza tardía



El espacio de vida que se desarrolla en la escuela y el instituto no siempre deja recuerdos agradables en las personas. Hay, desde luego, momento inolvidables de camaradería, amistad, diversión y sonrisas; pero también episodios agraces, frustraciones, traumas y quistes que se insertan en el alma y te acompañan hasta el final de tus días. Ernst Jünger, el longevo escritor de Heidelberg (murió rozando los 103 años), fue un estudiante mediocre, revoltoso, inestable y que mereció la expulsión de varios colegios durante su infancia. Jamás mostró gran entusiasmo por el estudio. Pero en este libro, que titula significativamente Venganza tardía y que traduce Enrique Ocaña para Tusquets, comprendemos con más detalle los motivos que lo llevaron a comportarse como lo hizo.
El protagonista de esta biografía emocional es Wolfram, un niño que se siente incómodo en la escuela, porque no le gusta que todo esté basado en la memoria y la repetición. Él es un gran lector (en especial, le entusiasman Daniel Defoe y Karl May, aunque siendo un poco mayor se adentra en la poesía de Schiller, cuyos versos llega a copiar a mano con gran fervor) y su mundo de fantasía se ve cercenado, cohibido, por la reglamentación excesiva de los profesores, que no atinan con la forma de hacerle feliz ni de suministrarle los elementos que necesita para aprender con gusto. Tampoco en casa, dicho sea en honor a la verdad, alcanza niveles de comprensión óptimos: un día, después de dibujar unos patos más grandes que las ovejas que tienen al lado, recibe una observación crítica de su madre, que le pregunta la razón de ese desequilibrio. El chico replica que los pinta más grandes “porque son mis preferidos” (p.19).
Hasta tal punto llega su desconexión con el medio estudiantil que Wolfram empieza a tener “desconexiones”. Es decir, episodios en los cuales se abstrae de la realidad hasta tal punto que comienza a ponerse en peligro (está incluso a punto de ser atropellado por un cochero). Burbujas que le permiten instalarse en su propio yo, ajeno a las invasiones no deseadas del entorno.
En ese entorno destaca por su acrimonia el profesor Hilpert, un energúmeno de mirada paralizante que le imparte matemáticas y que lo tiene intimidado hasta llegar a provocarle tartamudeo; y cuando es sustituido (por su alcoholismo), la persona que viene a desempeñar la tarea de maestro no es mejor, ni mucho menos: el profesor Corax, un filólogo detestable.
¿Wolfram y Ernst son la misma persona? Según las detalladas observaciones que se pueden leer al final del tomo, en la sección “Notas”, parece indudable que así es. Ambos escuchan voces imaginarias, sufren en la escuela, coinciden en sus gustos literarios, tienen parientes idénticos... Para que la identificación fuera del todo exacta, tendríamos que saber si Ernst consideraba que su plato favorito era la sopa de guisantes con salchicha (como afirma Wolfram en la página 60) y si Wolfram, con el paso de los años, se convertiría a la juvenil e irresponsable edad de 46 años en capitán del ejército nazi ocupando París (como hizo Jünger).

El final de este breve volumen es apoteósico, pero les dejaré que lo descubran por sí mismos.

1 comentario:

Ana Blasfuemia dijo...

No conocía el libro pero me han dado unas ganas tremendas de ir corriendo a por él. Me gusta lo que cuentas de que al protagonista no le gusta la escuela porque está basada en la repetición y la memoria y que su fantasía se ve reducida por una educación excesivamente reglamentada y que atiende poco a la indiviudalidad. Muy actual (aunque he visto que el libro tiene varios años).

Gracias y un saludo!