Elías Meana, el escritor salmantino afincado en
Molina de Segura, vuelve a las mesas de novedades de las librerías con una
novela ambientada en el mundo del mar, que le publica el sello Noray. Esta vez
se trata de la obra que lleva por título Los
silencios del Atlántico, una historia de espionaje y amor que demuestra una
vez más su solidez como narrador y su solvencia como constructor de historias.
Estamos en el año 1943 y el capitán Emilio Ballvona
recibe en su barco la visita de la teniente Esther Ryle. Ella le explica que,
desdeñando la neutralidad oficial que el gobierno de Franco mantiene en la
guerra, muchos capitanes de barcos bajo bandera española están ayudando (o son
obligados a ayudar) a submarinos alemanes, haciéndoles llegar combustible en
alta mar. La teniente, una vieja conocida del capitán Ballvona, le ruega que
colabore con los aliados en una complicada operación de espionaje que tiene
como objetivo detener esos suministros y, al mismo tiempo, capturar una máquina
Enigma, utilizada por los nazis para codificar sus mensajes. Tras aceptar la
misión, el capitán Ballvona se trasladará hasta La Habana, donde comienza
realmente su tarea como espía aficionado. Allí conocerá al capitán Arnaldos,
responsable del Magallanes, que está colaborando a regañadientes en el
suministro de combustible a los nazis. A bordo del Magallanes, por cierto,
viaja una “ilustre señora” (sic) llamada doña Carmen, según se explica en la
página 122.
Durante todo el desarrollo de la novela asistiremos
al doble protagonismo de los capitanes Ballvona y Arnaldos, que sustentan
acciones paralelas y en cierto sentido complementarias: dos personas honestas,
firmes, honradas, que luchan en el fondo por lo mismo aunque les haya tocado
mantenerse en platillos diferentes de la balanza. En tiempos difíciles, las
máscaras que se adoptan para sobrevivir pueden ser más quebradizas e inestables
de lo que en un principio pudiera parecer. Y las personas rectas y honorables,
por debajo de los disfraces, siempre se acaban entendiendo.
Elías Meana nos facilita en esta estupenda novela
varios combates marítimos de inmejorable dibujo, escenas de amor, reflexiones
sobre la fidelidad, el servicio a la patria, el respeto por uno mismo y una
porción de escenas memorables que los lectores irán descubriendo durante el
desarrollo de la obra.
Y si el lector que decida meterse en esta obra no
domina ni mucho ni poco el vocabulario del mar, que no se agobie en absoluto.
Aunque Elías Meana lo utiliza con profusión y siempre de una forma adecuada y
exacta es posible avanzar por la novela sin que tales términos estorben a la
intelección. Doy fe.
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