Es improbable que nadie pueda
compararse, en España o fuera de España, a Jordi Sierra i Fabra (Barcelona,
1947), uno de los escritores más fecundos de la historia de nuestra literatura.
Y es improbable que exista un solo tema, juvenil, infantil o de adultos, que no
aparezca tratado en alguna de sus obras: el racismo, la exclusión social, la
marginación, la droga, la delincuencia, el sexo, la política, la educación, la
música, los problemas escolares, el humor, la amistad, las relaciones
norte-sur, los viajes, el misterio... Hoy traemos a esta página de novedades una
novela que lleva por título Los fuegos de
la memoria y que le publicó la editorial valenciana Algar el año pasado,
tras habérsele concedido el premio Bancaixa de Narrativa Juvenil 2007. Su tema,
actualísimo y de notable impacto emocional, son los viejos muertos perdidos de
la guerra civil de 1936; aquellas personas que, como consecuencia de la
barbarie fratricida que sacudió nuestro país hace siete décadas, vieron
truncadas sus vidas y fueron sepultadas en fosas anónimas, dispersas por
cunetas, campos y montes. Ahora, cuando algunas iniciativas públicas y privadas
están comenzando a excavar esas fosas para que sus moradores descansen en un
sitio menos infame, Los fuegos de la
memoria nos habla de Los Trece de San Agustín, un grupo de hombres leales a
la causa republicana que, en julio de 1936, se atrincheraron en el pequeño
pueblo de San Agustín del Valle y defendieron con uñas y dientes la legalidad
constitucional. Ahora, ya en el siglo XXI, un grupo de la ARMH (Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica )
consigue activar todos los permisos necesarios y desentierra los cuerpos de
aquellos pueblerinos masacrados. Y entonces estalla la sorpresa: sólo hay doce
cadáveres en la fosa. Uno de los Trece de San Agustín, sencillamente, no está.
Resulta fácil comprender el impacto que este acontecimiento produce en los
familiares, en los aldeanos... y en los medios de comunicación. Un periodista,
curioso, comienza a indagar y a tirar de varios hilos. ¿Dónde está el muerto
que falta? ¿De quién podría tratarse? ¿Cómo fue posible que sobreviviera? ¿Y
hasta cuándo sobrevivió? Las sorpresas, cada vez más espectaculares, se irán
sucediendo sin cuartel, hasta las impactantes páginas finales de la novela. Una
vez más, con su habitual prosa ágil, sus diálogos de gran fluidez y unos
personajes frescos y dinámicos, Jordi Sierra i Fabra consigue una obra donde
mezcla los mimbres de otras novelas (como Soldados
de Salamina, de Javier Cercas, o La
llave de Sarah, de Tatiana de Rosnay) y los pone al servicio de una trama
juvenil muy sugerente. Los profesores de literatura (pero también los de
historia, y aun los de religión) pueden recomendar estas páginas con absoluta
confianza: los lectores que las frecuenten no saldrán en ningún caso
defraudados de ellas. Y además aprenderán a respetar y comprender las lágrimas
del pasado. Es una lección importantísima que no deberíamos ahorrarles.
3 comentarios:
Tomo nota, Rubén, para leerlo yo misma, que si la literatura juvenil es buena, deja de ser juvenil y se convierte en literatura para todos, y para mis alumnos del año próximo. Buena cosa esto de tener colegas que no paran de leer. Un abrazo
A los que no leen constantemente, siendo profesores, se les debería caer la cara de vergüenza. Creo que, aparte de un placer y un alimento espiritual, es una obligación profesional. ¿No te parece?
Besos de madrugada
Los que somos profesores, si leyésemos constantemente como se nos sugiere, no podríamos preparar nuestras clases, corregir exámenes, atender a nuestros alumnos de tutoría y a sus padres, estar siempre al día con cursos fuera de nuestro horario...Que parece que solo trabajamos las horas de clase, y yo en mi casa meto todas las horas del mundo y alguna más. Y no se me cae la cara de vergüenza por no poder leer constantemente. Ya quisiera.
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