Stepán Kasatski no ha sido nunca un
hombre feliz. Su padre, coronel de la guardia retirado, murió cuando él contaba
apenas doce años, y ese fallecimiento prematuro provocó que el muchacho fuera
ingresado en el Cuerpo de Cadetes. Su noble espíritu y su fidelidad
inquebrantable al zar Nicolái Pávlovich le hacen ser cada vez más considerado
en su entorno, pero un suceso desgraciado tronzará su vida y la llevará por un
rumbo inesperado: se enamora de la hermosísima condesa Korotkova. No tardará en
descubrir, con un dolor inmenso y con una tremenda convulsión (pág.23), que la
joven, antes de ser su novia, fue amante de su adorado zar Nicolái. ¿Cómo
exigirle responsabilidades a su propio señor? ¿Y cómo aceptar a una mujer que
ha pasado por las manos libidinosas de otro hombre? Devorado por la angustia,
Stepán Kasatski se retira a un monasterio, ordenándose con el nombre de Sergio.
Durante años,
la vida en el cenobio satisface plenamente sus inquietudes espirituales, y se
va purificando en el trabajo, en la renuncia al amor y al sexo, y en la
obediencia a sus superiores. Pero al cabo de un tiempo decide acendrar todavía
más su sacrificio, y solicita que le permitan retirarse a una solitaria gruta
excavada en la montaña, con la intención de convertirse en ermitaño. A ese
lugar acudirá la casquivana y sensual Makóvkina, que pretende turbar al padre
Sergio y obligarlo a desearla. Pero no cuenta con la férrea tenacidad del
eremita, quien se amputa un dedo de un hachazo (pág.60), antes que ceder a la
voluptuosa tentación de la dama. Este signo de casta firmeza convence a los
lugareños de los alrededores de que el padre Sergio es un hombre santo. Y ahí,
curiosamente, es donde comienzan todos sus problemas, como pronto descubrirá el
lector.
La prosa
elegantísima de Tolstói, traducida por Bela Martinova y editada con la
hermosura a la que nos tiene acostumbrados el exquisito sello Rey Lear, no es
sino la envoltura deleitosa con la que se nos ofrecen los auténticos mensajes
de la novela: ¿quiénes somos realmente? ¿Qué cantidad de libertad nos es dado
elegir en la vida? ¿Cómo repercuten nuestras acciones sobre las personas de
nuestro alrededor? ¿Qué grado de orgullo, o de necedad, o de empecinamiento,
nutre de un modo subterráneo nuestras decisiones más aparentemente limpias?
Stepán
Kasatski, que soñó con ser un hombre dedicado al servicio del zar; que soñó con
poseer el amor de la condesa Korotkova; que luego se recluyó en un monasterio
al servicio de Dios; y que finalmente buscó la soledad del páramo (para decirlo
con sintagma gongorino), intentando estar a solas con su Dios... Ese mismo
Stepán, se aboca a sus últimos días acariciando la idea del suicidio y
murmurando: «¡Sí, hay que acabar, Dios no existe» (pág.88). Descubrir los
tortuosos meandros de su desesperación queda, como es lógico, en manos de los
lectores.
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