domingo, 17 de mayo de 2009

El padre Sergio



Stepán Kasatski no ha sido nunca un hombre feliz. Su padre, coronel de la guardia retirado, murió cuando él contaba apenas doce años, y ese fallecimiento prematuro provocó que el muchacho fuera ingresado en el Cuerpo de Cadetes. Su noble espíritu y su fidelidad inquebrantable al zar Nicolái Pávlovich le hacen ser cada vez más considerado en su entorno, pero un suceso desgraciado tronzará su vida y la llevará por un rumbo inesperado: se enamora de la hermosísima condesa Korotkova. No tardará en descubrir, con un dolor inmenso y con una tremenda convulsión (pág.23), que la joven, antes de ser su novia, fue amante de su adorado zar Nicolái. ¿Cómo exigirle responsabilidades a su propio señor? ¿Y cómo aceptar a una mujer que ha pasado por las manos libidinosas de otro hombre? Devorado por la angustia, Stepán Kasatski se retira a un monasterio, ordenándose con el nombre de Sergio.
Durante años, la vida en el cenobio satisface plenamente sus inquietudes espirituales, y se va purificando en el trabajo, en la renuncia al amor y al sexo, y en la obediencia a sus superiores. Pero al cabo de un tiempo decide acendrar todavía más su sacrificio, y solicita que le permitan retirarse a una solitaria gruta excavada en la montaña, con la intención de convertirse en ermitaño. A ese lugar acudirá la casquivana y sensual Makóvkina, que pretende turbar al padre Sergio y obligarlo a desearla. Pero no cuenta con la férrea tenacidad del eremita, quien se amputa un dedo de un hachazo (pág.60), antes que ceder a la voluptuosa tentación de la dama. Este signo de casta firmeza convence a los lugareños de los alrededores de que el padre Sergio es un hombre santo. Y ahí, curiosamente, es donde comienzan todos sus problemas, como pronto descubrirá el lector.
La prosa elegantísima de Tolstói, traducida por Bela Martinova y editada con la hermosura a la que nos tiene acostumbrados el exquisito sello Rey Lear, no es sino la envoltura deleitosa con la que se nos ofrecen los auténticos mensajes de la novela: ¿quiénes somos realmente? ¿Qué cantidad de libertad nos es dado elegir en la vida? ¿Cómo repercuten nuestras acciones sobre las personas de nuestro alrededor? ¿Qué grado de orgullo, o de necedad, o de empecinamiento, nutre de un modo subterráneo nuestras decisiones más aparentemente limpias?

Stepán Kasatski, que soñó con ser un hombre dedicado al servicio del zar; que soñó con poseer el amor de la condesa Korotkova; que luego se recluyó en un monasterio al servicio de Dios; y que finalmente buscó la soledad del páramo (para decirlo con sintagma gongorino), intentando estar a solas con su Dios... Ese mismo Stepán, se aboca a sus últimos días acariciando la idea del suicidio y murmurando: «¡Sí, hay que acabar, Dios no existe» (pág.88). Descubrir los tortuosos meandros de su desesperación queda, como es lógico, en manos de los lectores.

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