Se
defiende el dramaturgo asturiano Alejandro Casona, en la contracubierta de este
libro, contra las críticas que le pudieran venir por la escasa originalidad del
tema de la obra La molinera de Arcos, incidiendo en la importancia de
otros ingredientes, como la “expresión artística” de la misma. No hizo mal en
precaverse, porque resulta obvio que el asunto central (el acoso que sufre una
moza rústica por parte de un poderoso, que ignora sus vínculos matrimoniales y
pretende solazarse de modo horizontal con ella) ha aparecido docenas de veces
en la historia de la literatura, desde la Biblia hasta ciertos dramas de Lope
de Vega. Nihil novum sub sole. Y tampoco supone novedad alguna el perfil íntimo
de los personajes que en ella concurren (la muchacha virtuosa, el celestino
servil, el ricachón prepotente, el marido confiado y después vengativo). Pero
sí que es cierto que Casona agrega algunas especias que vuelven agradable el
drama, y lo envuelven en un halo elegante, en el que la firmeza, la honestidad,
el donaire de la protagonista, la gracia burlona y hasta algunos ramalazos de
humor, se unen para provocar constantes sonrisas en los lectores (préstese
audiencia sobre todo a los numerosos juegos de palabras y a las frases de
intención equívoca o malévola que cruzan la atmósfera escénica). También es
original que el asedio que sufre la joven molinera esté protagonizado por tres
gerifaltes (un Fiscal, un Comandante y un Corregidor), e incluso por un cuarto,
si añadimos al sinuoso Deán (casi más pendiente de las lindezas gastronómicas y
el buen vino que de los esplendores femeninos de la muchacha); o que las
esposas de estos babosos, conscientes de las flaquezas de sus maridos, decidan
estar pendientes de cada paso que dan en torno a la chica.
Adéntrese el lector en la obra sabiendo lo que encontrará (asechanzas nocturnas, galanteos improcedentes, comicidad sencilla y final moralizante) y tiene aseguradas un par de horas de entretenimiento.
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