No parece buena idea la de sumergirse en las páginas de un
libro contra cuyo espíritu nos encontramos predispuestos. Así, antes de abrir
el tomo La perfecta casada, de fray
Luis de León, es mejor preguntarnos por qué lo hacemos. Sabido resulta que su
autor fue un religioso agustino del siglo XVI, así que nos podemos figurar,
aproximadamente, lo que va a decirnos sobre las condiciones que deben reunir
las esposas que quieran ser consideradas perfectas desde el punto de vista
cristiano. Todo ahí va a ser pura ortodoxia católica. En caso de que tales ideas
o requisitos nos resulten a priori
risibles, mejor será no invertir nuestro tiempo en la lectura. Si lo hacemos,
que sea para tratar de conocer y entender (verbos que no son sinónimos de compartir), no para malbaratar tantas
horas en la mera execración o el inútil escarnio.
Con una prosa llena de subordinadas y meandros (que en
ocasiones se vuelve algo tediosa, por reiteración de jeribeques), fray Luis nos
explica que la mujer que quiera ser considerada una perfecta casada debe
cumplir una serie de requisitos, bien detallados por autores profanos y
religiosos: consagrarse por entero a su marido, ser madrugadora, hacendosa,
humilde, discreta, poco amiga de los gastos superfluos en ropa y del maquillaje
(“Eso que pretendes hermosearte, eso que procuras adornarte, contradicción es
que haces contra la obra de Dios, y traición contra la verdad”), fiel de manera
inquebrantable (“El quebrar la mujer a su marido la fe es perder las estrellas
su luz, y caerse los cielos”) y poco inclinada a salir de su casa, porque fuera
de ella no encontrará sino disipación.
Se trata (innecesario resultará explicarlo) de una lectura más bien áspera desde el punto de vista ideológico, pero que nos permite conocer muy detalladamente qué expectativas y qué exigencias se articularon en torno a la mujer durante una buena parte de nuestra historia.
2 comentarios:
Hola, Rubén:
Tu reseña me ha hecho recordar la existencia de este libro en casa de mis padres en la colección que Aguilar tenía en papel biblia. Pertenecía a mi madre a la que seguramente alguien (amigas, un sacerdote, su propia madre, no sé) habría regalado con motivo de su boda con mi padre. Siempre me atrajo el librito aunque nunca lo leí. En mi inocencia infantil-adolescente intuía, equivocadamente ya lo sé, que albergaría comportamientos de adultos prohibidos para la mente y ojos de muchachos de mis años.
Literariamente -luego por mis estudios y profesión sí que lo leí- la prosa de Fray Luis me agrada más que la de los culteranos de su época. Los del XVI son más esuilibrados que los del XVII, aunque, claro, desde el XXI todo nos parece alambicado y como tú dices -¡me encanta la palabra!- lleno de jeribeques.
Un fuerte abrazo, amigo
Hola, Juan Carlos: Me encantan tus comentarios y quiero agradecértelos profundamente. Es un orgullo compartir lecturas con personas tan preparadas, sensibles y amables como tú. Los libros enseñan y unen. Abrazos desde el rinconcito sureste de España.
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