Finalizo el libro de cuentos Guadalajara, de Quim Monzó, que traduce Javier Cercas (Anagrama,
Barcelona, 1997), con la misma sensación de plenitud literaria con la que
termino todas sus obras. Lleva muchos años pareciéndome un gran narrador, de
prosa limpia y seductora, con la facilidad expresiva de un –por ejemplo– Javier
Tomeo (aunque con mejores argumentos): una familia que, por tradición, amputa
un dedo a los niños que llegan a los 9 años (“Vida familiar”); un Ulises que se
muere de tedio y desesperación dentro del caballo de Troya sin que nadie meta
el artefacto gigantesco en la ciudad (“A las puertas de Troya”); un hijo de
Guillermo Tell que repite, en su propio hijo (pero con la salsa del anonimato),
la proeza de su padre (“Las libertades helvéticas”); un escarabajo que se
transforma en un adolescente, como un Samsa a la inversa (“Gregor”); un Robin
Hood inmoderado, que acaba arruinando a los ricos y haciendo millonarios a los
pobres (“Hambre y sed de justicia”); la historia de un mentiroso compulsivo que
convence a los demás con la seducción de su tono (“El día de cada día”); un
escritor que, en sus libros, va profetizando su vida (“La literatura”); son
algunas de las fascinantes propuestas que Monzó lanza en este libro.
Maravilloso.
A este autor hay que leerlo en los institutos, qué demonios. Y
dejarnos ya de tantos autores roñosos y apolillados, que vacunan contra el amor
a las letras.
1 comentario:
Hago mía tu petición final, que ya está bien que renovemos el temario de lecturas del Instituto, hombre ya.
Buen libro, si señor.
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