Estaba
llegando el día de Reyes de 1936 y el gallego Ramón del Valle-Inclán, erosionado
y abatido por un doloroso cáncer de vejiga, abandonaba este mundo. Los libros,
las anécdotas y las mixtificaciones, que lo habían acompañado durante casi
cinco décadas, comenzarían a intensificarse a partir de entonces con un
carácter casi exponencial. Han pasado desde entonces 81 años y el sello
Cátedra, para sumarse a los homenajes estrictamente literarios que este creador
recibe de continuo, lanza una monumental edición (casi mil páginas) de El ruedo ibérico, a cargo de Diego
Martínez Torrón, que nos recuerda lo mejor del estilo del pontevedrés: su
visión satírica de la sociedad que lo rodeaba, sus adjetivaciones
sorprendentes, su sintaxis peculiar, sus retratos implacables y exactos, su
léxico juguetón y contorsionista.
Por las
páginas de La corte de los milagros, Viva
mi dueño o Baza de espadas
esparció Valle las infinitas joyas de su estilo, auténtica meseta del idioma. Y
nos fue hablando, sucesivamente, de los soldados del siglo XIX (“El ejército
español jamás ha malogrado la ocasión de mostrarse heroico con la turba
descalza y pelona”), de los proletarios que se amontonaban en las ciudades
(“Sus ojos, quemados del sol y del polvo, tienen lumbre de rencores”), de la
reina Isabel II (“pomposa, frondosa, bombona” y dueña de unas “crasas
mantecas”) o de Juan Prim (“verdoso, cosméticas la barba y la guedeja, levita
de fuelles y botas de charol con falsos tacones que le aumentaban la estatura”),
para dibujar un fresco rico y poliédrico de la España del último tercio del
siglo XIX, que burbujea de literatura, sarcasmo y espíritu crítico.
Con sus
ironías como arcabuzazos, con las coplillas populares que utiliza para
salpimentar sus páginas, con su esplendorosa pirotecnia de imágenes, con sus
galleguismos y sus creaciones léxicas, con el poderoso vigor de sus caricaturas
y con el ritmo hipnótico de su prosa (tan musical que en ocasiones parece
verso), Ramón del Valle-Inclán nos entrega en estas páginas memorables un
documento literario de primera magnitud que los centenares de notas eruditas de
Diego Martínez Torrón esclarecen y llenan de luz. Un volumen que debemos
integrar en nuestras bibliotecas sin tardanza y que nos sirve para recordar a
uno de los estilistas más prodigiosos que ha dado el idioma castellano en toda
su Historia.
1 comentario:
Esa sociedad bufonesca, esperpéntica, de opereta, la que no pasa de moda... Por cierto, tengo en casa dos ejemplares del "otro Ruedo Ibérico" que me regaló muy amablemente Antonio Pérez un día que abrió su museo en Cuenca sólo para este Gato Trotero mío...un día tengo que hablar de ellos... 🤔
Besitos
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