martes, 10 de octubre de 2017

Vida de los doce césares



Otra voluntad de lectura cumplida. Hace ya unos dos meses (más o menos) que había propuesto releer la Vida de los doce césares, de Suetonio. Y ahora lo hago en la traducción de Vicente López Soto (Juventud, Barcelona, 1990). 
Me han aburrido, de nuevo, las cabalgatas de nombres y cargos de la época romana, que nada me enseñan. Me han aburrido las truculencias reiteradas que acometían estos energúmenos para alzarse con el poder (aunque me han demostrado la podredumbre eterna del ser humano, que sólo cambia de modos, pero no en su esencia). Y, en cambio, he disfrutado como un cosaco con los detalles menudos, con el anecdotario imperial. Eso es lo que perdurará en mi memoria. Anoto, pues, estas cosas. 
Julio César sufría ataques epilépticos; se hacía depilar; se peinaba hacia adelante para disimular su más que avanzada calvicie; y murió de 23 puñaladas. Augusto gozaba desvirgando doncellas (y su propia esposa se las proporcionaba); usaba zapatos con alzas para simular más estatura de la que tenía; tuvo cálculos renales; y tenía faltas de ortografía. Tiberio presenciaba “numeritos eróticos” para excitarse, e incluso frecuentaba a los niños; y le aterrorizaban los truenos. Calígula mantuvo con todas sus hermanas relaciones incestuosas; pensó en destruir todas las obras de Homero, Virgilio y Tito Livio; padeció fuertes ataques de insomnio; y no sabía nadar. Claudio era llamado “aborto” por su madre; su hijo Druso murió en un juego: lanzó una pera al aire y, al recibirla con la boca abierta, se ahogó; le goteaba la nariz y tartamudeaba. Nerón cantó por primera vez en Nápoles, y se produjo un pequeño terremoto; era bisexual y muy promiscuo; jamás se puso dos veces el mismo vestido. Galba tenía deformados los pies y las manos por la gota. Otón usaba peluca. Vitelio era tan hambrón que comía “tres veces al día” (perplejidad de Suetonio); y no tenía problemas porque vomitaba con gran facilidad. Vespasiano, para mantener la salud, se ponía a dieta un día al mes. Tito dijo al morir que sólo se arrepentía de un acto en su vida (y no dijo cuál). Y Domiciano se acostumbró a torturar quemando los testículos. 
En fin. Lecciones asombrosas de la Historia, que siempre es interesante conocer.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

No se si aplaudirte, darte el pésame o pasarte la dirección de un psicólogo estupendo, porque Rubén ¡ESTO ES MASOQUISMO! Jajajaja.

Casi me da un "apechusque" solo con leer la reseña, he desconectado diez veces y he tarareado el Despacito ¡Y lo odio! jajajajajajaaj, vale, exagero, pero esta vez no me pillas hermoso.

Un besito.