Me leo un libro de Isaac Asimov que se titula La relatividad del error (RBA Editores, Barcelona, 1994). Admito
que algunas de las cosas que este científico explica no consigo entenderlas,
porque mi preparación en estos terrenos del saber es más bien escasa. Pero como
tengo curiosidad por acercarme a todo (bueno, tampoco me pasaré de pedante: a
muchas cosas), creo que seguiré en esta línea de trabajo. De la parte
“científica”, diré que me han llamado la atención varias cosas: la demostración
de que la luna no tiene nada que ver en el ciclo menstrual de las mujeres (yo
creía que sí, por informes leídos en revistas de divulgación); tener noticia de
que el primer “marcador radiactivo” se utilizó por parte del químico húngaro
Hevesy para descubrir si su patrona usaba restos de comida de unos días para
servírselos en otros; que la velocidad de la luz no es (como me enseñaron en el
instituto) un máximo insuperable; etc.
Pero me han llamado más la atención todavía las petulancias (no diré que
estén injustificadas, pero sí que resultan chocantes) de Asimov. En general,
éstas se desprenden de todas las “introducciones” que realiza para los
distintos capítulos del libro; pero en ocasiones, hay frases sorprendentes por
su soberbia. Así, tras proponer algunos vocablos científicos nuevos (en la
página 138), afirma que ojalá los demás astrónomos adoptaran dichos términos,
por ser una “propuesta eminentemente inteligente”. Otras veces, la jactancia se
disfraza de humor... pero sigue siendo jactancia, indudablemente: “Ni siquiera
un tonto lo es hasta el punto de que quiera renunciar a uno de mis libros
cuando lo tiene en sus manos” (página 34). Supongo que son ínfulas que harían
sonreír formuladas por otros, pero que se pueden perdonar a alguien como Isaac
Asimov.
“Cuanto más sé, más plena es mi vida y mejor aprecio mi propia existencia”.
“En mi opinión las mujeres han sido creadas para que las besen”. “La
seudociencia de la astrología, que todavía impresiona a personas poco cultas
(es decir, a la mayoría de la humanidad)”.
1 comentario:
Un escritor ciertamente raro. Muy suyo, como solemos decir de las personas que sobrepasan el listón de la autoestima. Las mujeres están para que las besen. Bueno, y para bastante más. Un personaje, en verdad, bastante singular.
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