Marwan es uno de esos nombres que, de súbito,
comienzan a extenderse entre los lectores y prenden como la pólvora. Se
constituyen en moda, en consigna, en lugar común. Desde hace unos meses, un
significativo número de mis alumnos del instituto invocan su nombre, lo
repiten, se prestan sus libros, lo elevan a los altares, lo convierten en santo
y seña. Hay épocas en las que a Antonio Gala (o a Paulo Coelho, o a Carlos Ruiz
Zafón) lo encontramos hasta en la sopa; y esto, en principio, no es ni bueno ni
malo. Es un hecho sociológico.
Así que cuando apareció en el sello Planeta Todos mis futuros son contigo pensé que
podría acercarme hasta el libro. Sobre todo porque una de mis consignas como
lector siempre ha estado inspirada en el Arte
nuevo de hacer comedias de Lope de Vega, cuando dice que a la hora de
escribir encierra los preceptos bajo llave. A mí me ocurre igual a la hora de
leer. No acepto aprioris, ni denigratorios ni encomiásticos. Leo y juzgo. Y el
juicio no pretende, después, sentar cátedra. Es mi opinión. Nada más.
Veo desde el principio de la obra que Marwan bebe
de lo cotidiano y que luego lo transmuta mediante una mirada lírica, especial
(“Para mí la poesía siempre ha consistido en contar todo lo que acontece (las
cosas normales, el día a día, los amores y desamores, un pensamiento, los
deseos, cualquier cosa que pueda suceder) de un modo extraordinario”). Pero
nunca pierde de vista que se dirige a lectores jóvenes y del siglo XXI. ¿Qué
implica esa doble referencia? En primer lugar, que debe hablarles de los temas
que les interesan (el amor, la soledad, la tristeza, las relaciones familiares,
las rupturas, las posiciones ideológicas) desde
la proximidad. El lector juvenil (que luego será lector adulto) necesita
sentir que los libros le están diciendo algo que le interesa, que el autor es
alguien que experimenta sus mismas sensaciones, que “otro corazón sintió lo
mismo” (como se lee en la página 12). Y en segundo lugar, debe recibir esa
comunicación en un lenguaje que lo invada, que lo seduzca, que lo impregne, que
forme parte de su ámbito cultural, emocional, vital. La literatura de
diccionario no genera afición lectora.
Marwan acudirá entonces a su espléndida imaginación
de poeta popular (y de cantante popular, no lo olvidemos) para decir a sus
jóvenes seguidores que “el amor es el único deporte en el que hay que empatar”
(p.18), que “la compasión es solo una ciudad bombardeada” (p.75) o que para ser
feliz debes seguir “el ejemplo de los locos necesarios” (p.180). Y con el
objetivo de aproximarse más a sus lectores recurrirá a la polimetría, a los
versos blancos y a la renovación del arsenal de imágenes que pueblan sus
composiciones (“Si el corazón al que llamas está apagado y fuera de cobertura,
/ si tus sueños tienen banda ancha pero mal conexión, / si el otoño llama a
cobro revertido...”).
El crítico “serio”, académico, puede sentir la
tentación de etiquetar estos versos como populistas o facilones, pero no
conviene olvidar dos detalles, con los que concluyo la reseña: el primero, que
Marwan trae a sus páginas referencias de un centenar de autores, bien
asimilados y bien escogidos (desde Séneca hasta Luis Alberto de Cuenca, pasando
por Ángel González, Gil de Biedma, Nicanor Parra o Fernando Pessoa), lo que
demuestra una cultura amplia y versátil, que lo aleja del cliché de
“zagal-que-escribe-para-adolescentes”; el segundo, la escandalosa cifra de
“críticos serios” que han errado secularmente en sus apreciaciones sobre sus
contemporáneos (Ramón Gaya afirmando que Pablo Neruda era “mal poeta”, Núñez de
Arce definiendo como “suspirillos germánicos” las rimas becquerianas y un
kilométrico etcétera, que casi produce bochorno recordar).
Moraleja: no dejes que nadie lea por ti, ni que
opine por ti. Nunca.
1 comentario:
Hola Rubén!!
No he leído el libro, ni lo tenía anotado, pero pasar a verte y anotarlo es todo uno. Normalmente voy contracorriente, huyo de los bests sellers y las lecturas que nos conducen como borregos, por eso, topar con soplos de aire fresco se agradece.
Un besito.
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