Todos emprendemos, en mayor o menor medida,
búsquedas. Pero la que tiene que ultimar la joven traductora Marta Sampiero es
singularmente curiosa. Su padre, un escritor de cierta fama, acaba de fallecer;
y deja indicado que su hija encuentre a una misteriosa mujer llamada Carmen
Cabrera y que le comunique su muerte. Al principio, el desconcierto invade a la
muchacha, pues ignora quién puede ser esa persona; pero después comienza a
registrar las pertenencias de su padre en su casa de Zaragoza (carpetas, cajones,
libros) y acaba encontrando diarios y cartas donde el nombre de Carmen sale a
relucir. Por lo que parece, mantuvieron algún tipo de relación sentimental que
se desarrolló en lugares como Varsovia o Dublín... pero Marta sigue sin
encontrar a la enigmática dama.
Pero ese eje tibiamente detectivesco (que no he
hecho sino esbozar y que desvela muy poco a los posibles lectores de la novela)
no debe desviarnos de la auténtica esencia de este libro, que se mueve por
caminos diferentes. “Hay búsquedas que no resultan fáciles. La de uno mismo
suele ser complicada”, leemos en la página 14. Y en verdad que ahí sí que podemos
detectar una pista clave para entender la obra. Marta fue una adolescente
complicada, que no consiguió nunca sintonizar bien con su padre. Crecieron
entre ellos demasiados muros y verdeció demasiada hiedra, hasta el punto de que
se convirtieron en extraños el uno para el otro. Con el paso de los años, y con
esa maduración lenta que produce en los espíritus y en los corazones, Marta ha
entendido que fue injusta con Luis y que quizá su modo de compensar esos
agravios sea acercarse hasta Carmen (forma vicaria de acercarse también a su
padre) y mirarla a los ojos. Eso no eliminará el dolor que atesora en el alma
(“El pasado necesita gomas de borrar. Muchas. Porque de lo contrario sería
difícil asumir tantos errores, tantos empeños falsos, tanto disparate”), pero
le servirá para descargarse de una parte de su tristeza.
En algunas ocasiones (en demasiadas, quizá)
Fernando Sanmartín se abandona a unas estructuras de avance lento (“X es Y, X
es Z, Z es W...”) que producen fatiga por acumulación. Pero en líneas generales
su estilo es lírico y seductor, consiguiendo que la lectura sea muy
gratificante. Esta publicación de Xordica es una deliciosa pieza narrativa a la
que conviene aproximarse.
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