Juan Francisco Vivo es un poeta que siempre ha
demostrado una fascinante capacidad para llenar sus páginas con las metáforas
más intrépidas, con las analogías más inesperadas, con las más intensas
emociones. Lo dejó patente en Piel de
tramontana (2001), lo ratificó en Que...
(con la que obtuvo el I premio de poesía Gregorio Parra y que fue publicada en
2003) y lo llevó hasta la excelencia en La
blancura de Sherezade (2004). Después de esa época editorial efervescente
vino un período de pausa, en el que no cesó de escribir ni de ser valorado en
concursos relevantes (ha sido hasta tres veces finalista en el certamen
Dionisia García, que convoca la universidad de Murcia). Y ahora, por fin, para
deleite de quienes siempre lo hemos leído con asombro y con admiración, salen a
la luz estos Versos con Hélade y lujuria.
El volumen está integrado por tres secciones,
datadas minuciosamente por el poeta: “La blancura de Sherezade” (2004), “El
reino de las vejaciones” (2005) y “Versos con Hélade y lujuria” (2006). En
ellas sus líneas se encienden de lirismo y de indignación, de osadías y de
lágrimas, de cotidianidad y de magia, porque quien tiene la mirada de un poeta
auténtico (y el pleguero sin duda pertenece a esa reducida nómina) puede
alzarse hasta el cielo y descender hasta el infierno con la misma elegancia,
con el mismo desgarro, con la misma fuerza verbal. Así, los versos de Juan
Francisco Vivo nos llevarán por jardines, por estaciones de autobuses, por
balcones besados por el sol, por socavones para caer de bruces, por casas de
lenocinio o por parques de atracciones donde muere una niña. Y sus líneas,
siempre brillantemente inesperadas, están salpicadas de pañuelos, teléfonos
móviles, miel ceñida, nenúfares, lluvias, trenes de alta velocidad, violines y
dinosaurios.
Es muy difícil de explicar, pero muy fácil de
advertir leyendo estas páginas, deliciosamente ilustradas por Juan José Ayllón:
a Juan Francisco Vivo Díaz se le desborda la poesía por los poros, se le sale
por los ojos, por la boca, por las manos, como si ni siquiera él tuviera la
capacidad para frenarla o ponerle cauces. Por momentos, parece casi una fuerza
de la naturaleza: un huracán, un tsunami, un seísmo. Los versos que va
escribiendo burbujean, brillan, laten. A ese prodigio lo ha llamado Versos con Hélade y lujuria. Es hora de
disfrutarlo.
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