Cuando tuve ante los ojos la cubierta del volumen De este pan y de esta guerra (1916), de
Jesús Zomeño, estaba lejos de imaginar que sus relatos conseguirían
maravillarme como lo han hecho. Y no porque desconfíe de los autores a los que
aún no he leído, ni porque descrea de la posibilidad de los milagros
literarios. Se trata más bien de que los bostezos son en el mundo de la
literatura actual más habituales que los asombros, tanto si nos adentramos en
autores nacionales como foráneos. Pero aquí hubo magia, hubo hallazgo feliz,
hubo literatura.
Las atmósferas que Jesús Zomeño perfilaba con sus
palabras eran tan sutiles como eficaces. Y de pronto me vi rodeado por la Primera Guerra Mundial, por las
trincheras, por el barro, por las ratas, por los hombres de ojos devastados,
por las prostitutas lánguidas, por las anécdotas de los combatientes, por el
hambre, por la desesperanza, por la inmundicia del hombre matando al hombre. Me
encontré con aquel soldado que recordaba a una mujer que se suicidó, tras
limpiar meticulosamente sus zapatos; con un viejo que trabajaba en un urinario
y que escuchaba con respeto las historias que iban desgranando en sus oídos las
personas que lo frecuentaban; con un cartero que imaginaba qué calles rotularía
con los nombres de sus amigos del frente (algunos ya fallecidos); con el pobre
infeliz que, justo el día antes de la ofensiva, recibía un queso y ponía toda
su atención en protegerlo de la voracidad de sus compañeros; con aquel soldado
que, tras una atroz matanza, sostenía entre las manos una lata de conservas que
no era capaz de abrir porque carecía de ningún instrumento para hacerlo; o con
aquel otro que, disponiendo de siete días de permiso, se dedicaba a subir y
bajar por una escalera...
En las páginas de este excelente libro hay
profundas reflexiones sobre el espíritu humano, sobre la mezquindad, sobre la
resignación, sobre la ira, sobre la muerte. Y hay muchos silencios. Muchísimos.
Y son silencios que nos ayudan a sentir el desasosiego de sus protagonistas.
Pero lo más importante es que todos los relatos
están escritos con una bellísima técnica, donde la sintaxis se vuelve mirada, o
al revés. Si uno de los prodigios mayores de la literatura consiste en
descubrir autores que saben crear atmósferas con sus palabras, Jesús Zomeño
pertenece a la categoría de los mejores.
Un libro, sin duda, muy recomendable.
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