Pese al descrédito que suelen tener los libros
misceláneos entre el común de los lectores (que los identifica con una especie
de cajón de sastre), a mí me gustan mucho. De ahí que no dudase a la hora de
sumergirme en uno firmado por —ni más ni menos— el madrileño Medardo Fraile. Y
el volumen, con la excepción de la parte final (un anodino aunque respetable
paseo que podría haberse titulado “Cuánto me gusta este libro”) y de algunos
chirridos ortográficos que presenta el tomo (“Humberto Eco” en la página 222 o
“Eliazer Cansino” en la 255), me ha resultado satisfactorio por muchas razones:
su sentido del humor (“Es bien sabido que en este país se lee poco. Una
solución sería rebajar nuestras ambiciones y, en vez de recomendar que se lean
libros, aconsejar que sólo se lean capítulos. El editor podría enfajar el libro
diciendo: «No se lea este tocho si no quiere, pero no se pierda usted los
capítulos tal y tal»”, p.34), su ironía culta (afirma que el tiempo que se
emplea en leer a escritores mediocres o completar sudokus se podría utilizar
para estudiar Latín, Arte o Filosofía), su desdén por las exageraciones
futbolísticas (“Faltan hinchas de la cultura y es evidente que nos sobran
hinchas del deporte”, p.88), su convencimiento de que no siempre dirigimos la
vista hacia lo importante (“El cosmos nos abre tiendas de delikatessen todos
los días, pero no las queremos”, p.164), algunos juicios literarios
significativos (“Flaubert, el escritor que menos pudo soportar la estupidez
humana”, p.193) o su admiración por quienes desempeñan con fervor su actividad
profesional (“No hay más ley de enseñanza que profesores de ley”, p.234).
Medardo Fraile, buen cuentista y buen ensayista,
siempre regala horas dichosas a sus lectores. Recomendable.
1 comentario:
El humor, al menos, sigue siendo importante.
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