Hay dos tipos de personas que odian o
desprecian los libros: aquellos que no los frecuentan nunca y aquellos que
fueron obligados a frecuentarlos de forma no deseada. Durante los veranos de mi
infancia, y para que no perdiéramos el hábito, mi padre tenía la costumbre de
ponernos a todos los hermanos a leer, de forma sucesiva y en voz alta, una
colección de libros (seis tomos) que recuerdo plúmbeos: la Historia de España del marqués de Lozoya. Quizá de esa época
provenga mi no excesivo interés por los volúmenes que tratan de asuntos
históricos. Por suerte, de vez en cuando me sobrepongo a ese desdén irracional
y cojo un libro del género. Y por suerte, también, ese libro es tan dinámico,
fresco y sorprendente como Historia
torcida de España, de Javier Traité. No es éste, desde luego, un libro de
erudición, sino de intelección: explicar lo difícil, lo abstruso, lo
embrollado, lo disfrazado o lo secular con palabras sencillas y con giros de
hoy. O dicho de una forma más coloquial y más práctica: mientras un historiador
al uso pregonaría el uso desmedido de la violencia por parte de Aníbal Barca,
el autor nos resume: “Las cosas las arreglaba a hostias” (p.40); o cuando
comenta que la rara costumbre de atribuirle espíritu religioso cristiano a la
Reconquista se le figura “una chorrada como un piano” (p.80); o esa comparación
desacralizadora en la que asemeja a don Pelayo con Braveheart (p.91).... Otras
veces, la broma es más seria de lo que parece (“Alfonso X ha sido el gobernante
español que más ha invertido en I+D en toda nuestra historia”, p.128), más
libidinosa de lo que parece (afirma que el cisma anglicano “se basaba no tanto
en las noventa y cinco tesis de Lutero como en las noventa y cinco posiciones
en las que Enrique VIII pensaba penetrar a Ana Bolena”, p.202), más exacta de
lo que parece (los carlistas “tuvieron el mismo éxito que habría tenido Antonio
Molina cantando Soy minero en Woodstock”,
p.323), más asombrosas de lo que parece (“Alejandro Lerroux era un poco como
Rosa Díez hoy en día, que pega muchas voces y nadie tiene ni puta idea de si es
de derechas o de izquierdas”, p.434)... Y cuando tiene que extender su análisis
a épocas mucho más recientes, el humor y la acidez siguen ahí: nos comenta, por
ejemplo, que las bombas que cayeron en aguas de Almería en pleno franquismo
(recuerden a Fraga bañándose allí para despejar dudas sobre las radiaciones) no
explotaron “porque la Virgen del Pilar, que tenía los huevos pelaos de inutilizar bombas, extendió su
manto sobre la playa de Palomares”, p.474); o certifica que los gobiernos
recientes han sido lamentables: “Los de Aznar hacían el ridículo por chulos,
pero es que los de Zapatero hacían el ridículo por tontos, que aún era peor”
(p.501)... Por tanto, la conclusión es clara: siempre hemos sido una tierra
chocante. Nihil novum sub sole. Javier Traité resume su semilla en la página
121: “El reino de Portugal nace cuando un hijo ingrato derrota a su madre en un
campo de batalla. La corona de Castilla nace con el hijo de un tío y una
sobrina cuyo matrimonio había anulado el Papa. Y la corona de Aragón nace del
matrimonio de un macarra catalán de veinte años con el bebé de un monje viejo.
¡Sin duda, la península Ibérica es tierra de maravillas! ¡Con estos
antecedentes penales es comprensible todo lo que ocurrió después!” (p.121). Si
quieren aprender, reflexionar y sonreír, lean esta obra, háganme caso.
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