Me gustan los libros de
anécdotas y curiosidades. Siempre me han llamado la atención. Actúan sobre mí
como esas copitas de transición que te sirven entre plato y plato en los
grandes banquetes: como un eficaz paréntesis entre sabores distintos. Esto no constituye,
desde luego, un juicio burlesco, denigratorio o irónico. Los buenos
restaurantes saben de sobra que esas copitas intermedias han de ser elegantes,
estar servidas a la temperatura justa y resultar adecuadas para actuar como
puente. No vale cualquier licor. No vale cualquier sabor. La obra que hoy
traigo hasta aquí cumple deliciosamente con todos los requisitos para resultar
impresionante en sí misma: un volumen de Gregorio Doval que publica Alianza y
que reúne centenares de hechos insólitos, históricos o legendarios, con los que
resulta imposible aburrirse.
Para darle mayor
amenidad al volumen, si cabe, el autor agrupa las anécdotas en bloques
temáticos con títulos llamativos (Después de morir; Ideas brillantes; Errores,
gazapos y patinazos; Sucesos increíbles; etc). Y luego las va redactando con
tanta concisión como eficacia, para provocar en los lectores el asombro, la
sonrisa e incluso la incredulidad. ¿Cuántas personas saben que la guerra más
corta de la Historia acaeció en el año 1896, enfrentó a Gran Bretaña con
Zanzíbar y tuvo una duración total de 38 minutos? ¿Y cuántas saben que el
cuadro de La Gioconda, tras ser robado en 1911 por un fanático, permaneció
durante dos años debajo de una cama, sin el más mínimo cuidado técnico y
almacenando polvo? ¿Y cómo se queda el cuerpo cuando se entera uno de que el
tenor Plácido Domingo recibió en 1983, después de interpretar a Puccini en la
Ópera de Viena, una ovación que duró hora y media? ¿Y cuando nos enteramos de
que el genial Thomas Alva Edison dedicó una buena cantidad de horas a inventar
una máquina para electrocutar cucarachas?
Hay muchas más
anécdotas, de todo tipo, que podemos resumir de un modo simbólico: militares
(el almirante Nelson nunca fue almirante), etílicas (el Código de Hammurabi,
ley babilónica de 1700 a.C., castigaba la venta de cerveza en mal estado con la
pena de muerte), anatómicas (el pene del emperador francés Napoleón Bonaparte
medía tan sólo tres centímetros), pictóricas (El célebre Henri de Toulouse-Lautrec era enano, pero su dotación
sexual al parecer no. Las prostitutas que lo conocían lo llamaban La tetera, por motivos que no será
necesario aclarar), monárquicas (el rey Luis III se mantuvo como soberano de
Portugal durante veinte minutos), zoológicas (la serpiente más larga que ha
podido medirse ostentaba la asombrosa marca de dieciséis metros), fisiológicas
(el ataque de hipo más prolongado que ha podido registrarse lo padeció el
norteamericano Charles Osborne. Comenzó en 1922 y concluyó en 1991. Eso no le
impidió casarse dos veces y engendrar un total de ocho hijos), etc.
Como ha podido observarse, no hay tregua para el
asombro en este volumen de más de quinientas páginas, con un exhaustivo índice
temático y onomástico al final del tomo. Quien se adentre en sus páginas tendrá
garantizadas mil y una sorpresas que alegrarán su ánimo y le convencerán de que
la historia de la humanidad contiene no pocos ingredientes pasmosos. Ah, por
cierto, una de las anécdotas que he anotado en esta reseña es absolutamente
falsa. Discúlpeme la broma y trate usted de descubrir cuál es.
1 comentario:
¿Desde cuándo se dedica el gran autor literario, Rubén Castillo, a hacer publicidad...?
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