lunes, 1 de marzo de 2010

Focus




Escribir libros pornográficos o donde la genitalidad sea algo impactante, escandaloso u omnipresente es tarea sencillísima: lo hace hasta el más infeliz de los muñidores de prosa. Pero saber cincelar un volumen donde todas las situaciones estén acariciadas por la delicadeza (sin perder sensualidad) y donde se preste tanta atención a los detalles de la ambientación como a los puramente sexuales es un don que pocos narradores atesoran. La escritora Inés Matute, bilbaína o mallorquina (¿somos del lugar donde nos nacen o del lugar que elegimos?), lo ha logrado en un tomo que, con el breve título de Focus y el brillante subtítulo de Once paisajes para Eros, publica el sello canario Baile del Sol. Ciento cuarenta y siete páginas donde el refinamiento de la mirada, la bienandanza de una escritura brillante y la sutileza de los argumentos se alían para edificar una serie de relatos de notable brío y de alta eficacia.
Encontraremos en este fichero de instintos al hombre que espía desde lejos a una niña pequeña, a la que consigue acercarse ya al final para alcanzar su propósito («Yo le busco la boca. Un beso, sólo un beso, eso es todo lo que quiero»); conoceremos a Roberto Martín, un gay de pueblo que, emigrado a Estados Unidos, acertará a encontrar a alguien muy importante para su corazón, y querrá que otra persona crucial de su pasado lo conozca (uno de los finales de cuento más bonitos que he saboreado en bastante tiempo); acompañaremos a Alicia en su melancólica existencia, poco mimada por su marido y pendiente de las locuras y mezquindades de su suegro, que la controla de forma implacable; advertiremos lo que se puede conseguir (humor y sexo explícitos) con una enorme berenjena, si está en las manos de una mujer experta y fogosa; iremos conociendo el extraño triángulo que se forma entre el fotógrafo Eric Bidaurreta, su mujer actual y una persona llamada Abby, que nutrió los ardores sexuales de su pasado, y cuya identidad no nos será mostrada hasta el final mismo de la historia; nos sumergiremos en la logradísima ambientación oriental que rodea a Namiko y Chen; sentiremos el miedo que azota a Marisa cuando comprueba que su presumido marido empieza a mirar con ojos de deseo a mujeres mucho más jóvenes y atractivas que ella; asistiremos a los anómalos pormenores del contrato que Amalio Unzeta firma a bordo de un avión, y que determinará su futuro; y caminaremos por los pasillos de un extraño hospital junto a dos mujeres que, movidas por un urgente deseo lésbico, buscan una cama en la que desfogar su pasión.
Como puede observarse, se trata de un conjunto muy variado de historias, donde los argumentos, aparentemente, no siempre están relacionados con el tema del erotismo. Pero ahí es donde entra en acción el buen oficio de Inés Matute, que sabe dar a cada vasija narrativa el modelado exacto, pintándole encima los dibujos verbales que más le convienen y colocándola después ante nuestros ojos, para que nos extasiemos con su excelso acabado. Que ningún lector espere groserías en estas líneas, que nadie se sumerja en ellas buscando ocasiones fáciles para la excitación. Inés Matute sabe (y nos lo demuestra sobradamente) que un escritor es la persona que introduce sus manos en un tema, reflexiona sobre él y lo hace suyo con el inestimable auxilio de la mirada (el más literario de los recursos). Y luego, en cada caso, introducirá los elementos que convengan, para conseguir los resultados más exquisitos. Así, la narradora de «Rojo y picante» se dejará llevar por los tópicos, las frases hechas y un lenguaje de nivel medio-bajo; en «¡Peliculera!» abundarán las referencias cinéfilas, que justifican la única distracción de su protagonista; y en «Asaltacamas» (por no agotar los ejemplos) aparecen de forma sucesiva el escritor Juan Carlos Onetti, la pintora Frida Kahlo o el filósofo Friedrich Nietzsche, entre otros, por causas que tendrá que descubrir en su momento el lector de la obra.
Once experimentos bajo los cuales late el pulso de una escritora de raza, a la que no conviene desatender a partir de ahora. Publicando a autoras así, la editorial tinerfeña Baile del Sol se coloca en el camino de la excelencia.

3 comentarios:

supersalvajuan dijo...

Pues a experimentar se ha dicho.

Leandro dijo...

Pues yo no creo que Escribir libros pornográficos o donde la genitalidad sea algo impactante, escandaloso u omnipresente sea tarea sencillísima. Al menos, sin que te dé la risa

Pilar dijo...

A mí también me ha chocado esa frase, Leandro, me ha venido a la cabeza inmediatamente que la pornografía literario me encanta, lo que me desencanta es lo difícil que debe ser cuando hay tanta bazofia.
Rubén, este libro te h encantado, se nota en sutilezas como contar el placer de ver terminar un cuento, es un destello.
Me interesan esos relatos de ventana, de narrador oculto. Gracias por la invitación