jueves, 11 de marzo de 2010

Copiador de cartas



Manuel Muñoz Clares se propuso hace tiempo la tarea ciclópea de leer, seleccionar, extractar, comentar, explicar y difundir algunas cartas de su padre, el pintor lorquino Manuel Muñoz Barberán, uno de los artistas más influyentes que ha dado Murcia durante el siglo XX. Y lo hizo sabiendo que la decisión podía ser tildada en algunos sectores de polémica (conviene recordar que el artista falleció en fecha tan cercana como diciembre de 2007), porque entendía que ese muestreo de la correspondencia paterna permitiría conocer «el imaginario de su personalidad» (p.10). La justificación me parece hermosa y suficiente. Y también ha debido de parecérselo a la activa editorial Tres Fronteras, pues ha acogido el volumen hace pocos meses en su colección Estudios Críticos. Pero aunque la autoría de la obra se concede en la portada al pintor, por obra y gracia de la generosidad filial, la especie es más que discutible: las cartas cuyos fragmentos se reproducen pertenecen, en su inmensa mayoría, al grupo de las misivas recibidas por Muñoz Barberán; y los enjundiosos e iluminadores comentarios que las acompañan son obra de Manuel. Eso significa que, si nos ceñimos a una consideración sustancialmente estadística, sólo una mínima porción de las palabras y frases que contiene este volumen fueron redactadas por el artista de Lorca. Sí pertenecen a su mano las trece cartas que el pintor compuso en defensa de las bellezas monumentales e iconográficas de su tierra, y que «en su mayoría, nunca fueron publicadas», como indica el autor de la transcripción (p.220). Esta parte del tomo es singularmente llamativa para los lectores actuales, porque nos recuerda una situación muy curiosa que se originó en el verano de 1970. Manuel Muñoz Barberán había decidido aceptar la invitación que le cursara Nicolás Ortega, director del periódico Hoja del lunes, para publicar allí una serie de cartas. En ellas, el pintor lorquino había decidido expresar su profundo malestar por el estado en el que a su juicio se hallaban ciertos edificios y obras de arte de Murcia, maltratados por el avance de un progreso urbanístico mal entendido y peor ejecutado. Pero una carta que Muñoz Barberán dirigió al director del periódico (y de la que se conserva copia mecanografiada) interrumpió en seco la serie de artículos. Y es que «utilizando la ironía que siempre le caracterizó, y que en muchos casos no era bien entendida» (p.216) sometió al señor Nicolás Ortega a un auténtico bombardeo de alfilerazos, observaciones con retranca y lindezas de orden verbal que, a mi juicio, conforman una misiva antológica.
En el resto del volumen se nos trasladan también otros detalles de gran interés para que conozcamos más al artista: su amistad desde los primeros años con Antonio Sánchez Maurandi (que le sirvió para entrar en el mundo de la pintura religiosa); la gran influencia que sobre él ejerció Joaquín Espín Rael, fallecido en 1959; su aversión a que le sugirieran cómo debía pintar esta o aquella figura de sus cuadros (quienes le encargan obras no siempre se mostraban propensos a respetar su independencia estética); algunos versos que Manuel Muñoz Barberán escribió, y que le premiaron en cierto concurso patrocinado por una entidad bancaria de Cehegín; ese romance, largo y simulando lengua antigua, que el pintor lorquino escribió a principios de los años cincuenta, y que fue publicado con firma heterónima (Juan Carambel) y fechado en 1817 (puede ser leído entre las páginas 154 y 169, con sus 463 octosílabos llenos de gracejo y buena música); o, en fin, esa impresionante y extensa carta de Muñoz Barberán, fechada en abril de 1972, en la que resume para su corresponsal José Sala Just lo que pensaba de los bochornosos excesos en que incurría la Semana Santa lorquina. La lucidez, el buen sentido y el amor a su patria chica cruzan estos párrafos de punta a punta.

En síntesis, esta obra que ha publicado la editorial Tres Fronteras nos sirve para llegar más adentro en la figura egregia de Manuel Muñoz Barberán y para comprender con más exactitud el devenir de su pensamiento y de su arte. Si completásemos la lectura de este oportuno volumen con la contemplación de algunos cuadros del maestro seguramente multiplicaríamos nuestra riqueza interior.

10 comentarios:

Pilar dijo...

Olé, qué emoción, Rubén, mil gracias. Me encanta cómo lo enfocas, tu buen leer, como siempre, admirable.
Un besazo de los gordos gordos

Leandro dijo...

Desde luego, a algunos os da la vida para todo. Lo digo por el pintor y por el reseñador, por los dos

rubencastillogallego dijo...

Gracias, Pilar. Recibo tu vida con emoción y con alegría. Espero que pronto será real, unido a un abrazo enorme.
Leandro, piensa que lo único que hago en mi tiempo libre es leer. No tengo más mérito que carecer de aficiones, salvo la lectura. Muchas gracias por seguir ahí, y otro abrazo grandote.

rubencastillogallego dijo...

Jajajaja, Pilar, qué bueno. Iba a poner "Recibo tu beso" y he puesto "Recibo tu vida". Me ha quedado que ni André Breton

Leandro dijo...

No me malinterpretes, lo digo con toda la envidia del mundo

rubencastillogallego dijo...

Tampoco, tampoco, Leandro, jajaja. Acuérdate de lo que decía Borges: "Soy decididamente monótono". Yo soy decididamente lectófago. (Me acabo de inventar el palabro, pero me vale)

M.M. Clares dijo...

Cuando se recibe una reseña así, la tentación mayor ha de ser creérsela, que para eso la ha escrito otro. He de confesarte que compuse esa selección de cartas como algo personal, para poder echar mano de ellas con comodidad y saber más de la intensa y hasta obsesiva relación que mi padre mantuvo con Lorca durante toda su vida. Aún hoy, muchos lorquinos son así, que no pueden pasar sin su calle, sin su barrio y sin el perfil de una ciudad que los atrapa en no se qué afecto profundo y casi irracional. Las circunstancias permitieron que se publicara, y me agrada ver que hay personas que valoran ese trabajo. Te agradezco mucho el esfuerzo de leerlo -a veces no es fácil por el fárrago localista-, y todavía más el de condensar de forma tan certera el contenido. No espero más que poder conocerte personalmente. Y en cuanto acabe un par de cosillas que llevo en danza, lo siguiente será tu última novela. Prometido.

Saludos y gracias de nuevo.

(Apunto este escondite tuyo para venir a hacer vistas de vez en cuando)

supersalvajuan dijo...

_Riqueza interior. Vivan los intestinos!!!

Sarashina dijo...

No me puedo creer que Manolo y Rubén no se conozcan. Con dos mediadoras como Pilar y yo parece imposible. Urge comida o cena o cerveza en cualquier sitio y en tiempo próximo.
Rubén, amigo, muchas gracias por esta reseña por la parte que me toca. El libro para mí fue una delicia, pues no hacía sino confirmar la imagen de mi padre, o al menos una parte de esa imagen. Has hecho un magnífico escrito, como siempre.
Muchas gracias, amigo.

Pilar dijo...

Que cuando queráis os presento... será emocionante! Rubén, pero de todos nosotros, dime, ¿a quién quieres ma´s? jajaajajajajaj

Un besazo de vida, que era eso lo que recíbías, ¡mil!