domingo, 7 de marzo de 2010

La risa de las mujeres muertas




Estamos en el Alcázar de Sevilla, justo cuando el reconocido concertista de guitarra Julio Pretel acaba de interpretar una escogida muestra de Joaquín Rodrigo y de Bacarisse. La atmósfera ha quedado impregnada por la suavidad de la música y por el hechizo de la belleza. Pero unos instantes después el intérprete sufre un pequeño mareo y debe retirarse al interior del edificio. Es justo ahí cuando comienza la auténtica novela: Julio Pretel escuchará la voz asustada de una mujer árabe, hermosa y joven, vestida a la usanza de siglos atrás, que parece reclamar su ayuda con angustiosos aspavientos; pero antes de que pueda entender realmente lo que le quiere decir, ésta se evaporará como por arte de magia. Cuando despierta a la mañana siguiente en el hospital, una sorpresa golpeará a Julio: las cámaras del recinto son tan claras como incontestables: no había nadie en el patio frente a él. ¿Una alucinación, entonces? ¿Un fantasma? Así parece indicárselo la parte racional de su cerebro. Y también opina lo mismo Marta Alcaraz, guía oficial de los Reales Alcázares y organizadora de actos culturales en la capital hispalense, a la que pone al corriente de la extraña y vívida ensoñación.
Pero los acontecimientos querrán orientarse de otra manera cuando uno de los personajes más importantes de la ciudad andaluza, el rico empresario don Juan Sayago de Villalta, llama a Julio y le explica que esa visión no es fruto de su fantasía, sino que corresponde a lo que él considera como una especie de bucle espacio-temporal; y que la chica que él contempló frente a sí es una princesa del siglo XI, poetisa y de existencia atribulada, que respondía al nombre de Buthayna. Además, no es Julio el primero que la ve, sino que la aparición fantasmal se ha repetido en varias ocasiones desde el siglo XIV.
A partir de ese instante José Emilio Iniesta, el autor de esta narración, irá desarrollando en paralelo dos acciones de la misma intensidad: de un lado, nos mostrará los años finales de la princesa, hija del poderoso y exquisito Al-Mótamid, que sufrirá la persecución, el miedo, la esclavitud, la pobreza y el desgarro de verse separada de los suyos; de otro, nos embarcará en el rastreo que emprende Julio Pretel, obsesionado con la imagen de la chica y deseoso de saber qué le dijo cuando lo vio en el patio del Alcázar. Este denso panorama novelesco es conducido por José Emilio Iniesta con una maestría elogiable y natural, logrando que cada piedra narrativa quede colocada en su justo sitio, en su justo momento y en su justo orden. Las descripciones de los personajes son atinadas y sobrias, sin abocarse a la prolijidad; los detalles de ambientación histórica, gastronómica o indumentaria están cuidadísimos y siempre son oportunos; y hasta las pullas dirigidas contra la nación francesa (a la que el autor murciano dedica algunos dardos impregnados en curare) se encuentran moderadas por la suavidad del humor: “El difundido tópico de la avaricia gala no es ni falsedad ni calumnia, sino una de las verdades más comprobadas de la historia de la Humanidad. Basta con ver cómo los clientes se apiñan en las terrazas de cafeterías y bistrots, ocupando un espacio mínimo, sillas estrechujas y mesas diminutas. Todo pequeño, tout petit, très petit” (p.76).
Personajes como Odette (una antigua amante de Julio), los parapsicólogos Carlos y Francisco Manuel (propietarios de la librería Kenningar y expertos en psicofonías, que poseen una extraordinaria grabación donde se escucha la voz de la espectral Buthayna); el subinspector Albero (que terminará cambiando de apellido, al descubrir a su verdadero padre) o el profesor egipcio Mustafá Alí Sharkí (que le facilita a Julio Pretel un buen número de datos históricos sobre Buthayna) se irán cruzando ante los ojos de los lectores, quienes irán observando cómo componen con sabia lentitud el tejido multicolor de la novela. Y, al modo de los collages, José Emilio Iniesta facilita también, intercalados a lo largo de la obra, fragmentos escogidos de libros y reseñas que se relacionan con el tema de la novela: análisis sobre las apariciones de seres mágicos, reflexiones psicoanalíticas, recortes de prensa, etc. Cuando se cierra el volumen se tiene la sensación de haber degustado un libro excepcional, bien pensado, bien equilibrado y bien escrito. No es una sensación que asalte con demasiados volúmenes, últimamente.

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