sábado, 20 de marzo de 2010

El parche de la princesa de Éboli



Es muy curioso lo que me ocurre con los libros de anécdotas históricas o literarias: me encanta leerlos. Y digo que es curioso porque le tengo una manía muy singular y muy virulenta a las antologías, a los compendios de frases célebres y a los tomos de «citas famosas». Pienso que a un lector razonablemente atento no le hace falta que otro vaya diciéndole qué frases deben llamar su atención, o qué versos son los más elogiables de un volumen. Para eso están su sensibilidad y su inteligencia. Pero los libros de anécdotas, sobre todo si están contadas con tino y con gracia, constituyen otro asunto: ahí podemos disponer de una enorme cantidad de información a la que no podríamos acceder salvo que nos leyéramos miles y miles de obras que, en principio, pueden ser ajenas a nuestro interés... salvo por ese dato esencial que nos llena de sonrisas o que nos conduce a la meditación.
María Pilar Queralt del Hierro ha publicado en la editorial Styria una obra que, con el título de El parche de la princesa de Éboli (y otras 350 anécdotas de la historia), nos traslada un interesante vademécum de curiosidades con el que nos garantiza horas de entretenimiento. Nos dice la autora del volumen, licenciada en Historia por la universidad de Barcelona, que «la anécdota es, pues, la punta del cabo del que tirar para desenredar la madeja de la historia» (p.11); y, con esa certidumbre, va rastreando y anotando. Esa labor recopilatoria nos permite a los demás lectores enterarnos, por ejemplo, de que el célebre tenor Luciano Pavarotti no sabía leer partituras musicales, aunque pueda parecernos mentira (p.193); o que el inventor Thomas Alva Edison necesitó más de un millar de pruebas erróneas para terminar inventando la bombilla eléctrica, que ahora se encuentra presente en todos los hogares del mundo occidental (p.232); o recordar la anécdota estúpida que protagonizó Camilo José Cela cuando, recién coronado con el premio Nobel, fue incapaz de olvidar por una vez su sempiterna acrimonia y, ante la pregunta de un periodista acerca de si le había sorprendido recibir ese Nobel de Literatura, espetó: «Muchísimo. Sobre todo porque esperaba que me concedieran el de Física» (p.223); o recibir con sorpresa la noticia de que Karl Marx pedía que le leyeran fragmentos de El Quijote en español, porque le encantaba la «armonía musical del castellano» (p.110). En un catálogo tan numeroso y tan variado como éste, donde se mezclan los temas filosóficos, las anécdotas galantes, las frases más dulces, los odios más enconados y las soflamas más desopilantes o mostrencas, es natural que cada lector establezca su propia selección de favoritas, pero le puedo asegurar que, busque lo que busque, encontrará abundantes ocasiones para alegrarse de haber leído este volumen lanzado por Styria, aunque algunas de las anécdotas estén repetidas (este lapsus se comete tres veces: páginas 52-72, páginas 99-114 y páginas 61-148).
Quien desee saber cómo surgió (y con qué monarca lo hizo) la palabra ‘Oviedo’ se tendrá que dar un paseo por la página 50 del libro. Para saber por qué la atribulada condesa Margarita de Provenza se comió el corazón de su amante deberá visitar la página 63. Todo el que sienta curiosidad por tener noticia de qué extravagante (y poco didáctica) escultura adorna la iglesia de Cacabelos, en León, podrá leerlo en la 70. Para conocer cuál es el origen y el significado de la palabra ‘canguro’ sólo hay que posar los ojos sobre la graciosa historia que cierra la página 80 del tomo. Para conocer la turbadora manera en que la condesa de Castiglione convenció al marqués de Gallifet sobre su excepcional hermosura corporal se debe visitar la página 144. Para saber en qué trabajó durante sus últimos años el emperador chino, Pu Yi, nada mejor que acercarse a la página 151. Para enterarse de qué sorprendente mujer sirvió como modelo a Botticelli para la Venus que surge del mar, hay que detenerse en la página 177... Y no digo más. Ni siquiera les voy a decir la página en que se comenta lo que cubría el parche de la princesa de Éboli. Ahora, los lectores son ustedes. Les toca descubrirlo por sí mismos.

1 comentario:

Leandro dijo...

La anécdota es, muchas veces, la auténtica historia

(Por un momento he creído que se me había colado un intruso en la lista de Blogs que sigo)