Uno de los atributos más loables de un
editor consiste en saber descubrir dónde están las obras realmente dignas,
publicarlas con esmero y con elegancia, y darles la adecuada difusión. Es lo
que Enrique Redel, máximo timonel del fino sello Impedimenta, está diciendo en
los últimos tiempos con loable constancia. Y una de sus últimas apuestas es la
que traigo hoy a esta página: la curiosa novelita que lleva por título Los
domingos de Jean Dézert, de Jean de la
Ville de Mirmont, un estilista sorprendente al que la Primera Guerra
Mundial clausuró la respiración en 1914, después de una carrera literaria tan
corta como prodigiosa.
El protagonista
es un gris funcionario de veintisiete años que trabaja en el Ministerio de
Estímulo al Bien. Carece de ilusiones, escribe la palabra “Nada” en muchas
páginas de su Diario, se aferra a su trabajo con una lánguida indolencia y
cobija ideas tan extenuadas como malheridas por el desánimo («Jean Dézert hace
suya una gran virtud: él sabe esperar. Durante toda la semana espera el
domingo. En su ministerio, espera el ascenso, mientras espera la jubilación.
Una vez jubilado esperará la muerte. Él considera la vida una sala de espera
para viajeros de tercera clase», páginas 25-26). Su única relación amistosa es
la que establece con Léon Duborjal, con quien coincide a la hora de la cena en
el local de madame Chênedoit, y con quien charla de temas neutros y banales.
Pero un día la vida del rutinario empleado Dézert sufre un vuelco cuando conoce
en el Jardin des Plantes a Elvire Barrochet, una hermosa muchacha que, con su
atropellada anarquía vital y su jovialidad pizpireta, llenará sus horas de
novedades. Esta ‘intromisión’ descabala el régimen de vida que hasta ese
momento ha respetado con escrúpulo, e imprime un cierto aire de novedad y hasta
de humor a su vida (diálogos como el que nutre la página 88 parecen escritos
por el propio Miguel Mihura). El padre de Elvire, que es distribuidor de
coronas funerarias, tenía otros planes («Yo había soñado con dar a mi hija a un
marmolista y así asociar mis intereses a los de mi yerno», páginas 95-96); pero
acepta al muchacho con liberalidad. Y en entonces cuando se produce la gran
sorpresa: planificada ya la boda, Elvire Barrochet se echa súbitamente atrás,
con el peregrino argumento de que su novio tiene la cara muy larga (página
105). Y Dézert, como no podía ser de otro modo, decide suicidarse. Elige, eso
sí, hacerlo un domingo, para no perturbar el ritmo de su trabajo...
La fineza de
esta prosa, sus diálogos deliciosos, la pintura de personajes, la delicada
ambientación... Todo contribuye para que consideremos Los domingos de Jean
Dézert una de las obras más exquisitas que nos ha deparado el panorama
editorial español en los últimos tiempos. Impedimenta sabe lo que se hace, sin
duda alguna.
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