Lola López Mondéjar nos ha facilitado a
los lectores, durante el año 2008, un par de sorpresas literarias. La primera
fue El pensamiento mudo de los peces,
un notable volumen de cuentos que publicó en la editorial Páginas de Espuma,
donde demostraba que también se mueve con elegancia y solidez en las distancias
narrativas cortas; la segunda ha sido la novela que hoy comentaré: Lenguas vivas, que unos inquietos
editores de Caravaca han puesto en las mesas de novedades de las librerías hace
pocas semanas.
Dos colecciones
lleva en marcha la editorial Gollarín: la primera se llama Bigornia, y en ella
han publicado a Luis Leante, Miguel Sánchez Robles, Gregorio Javier y Josune
Intxauspe (la discreción me impide revelar el nombre de otro autor que se
guardan en la recámara, y que supondrá un auténtico bombazo, si cuajan las
negociaciones para editarlo); la segunda colección se llama Adarme y se abre
con esta novela de Lola.
Sin duda, lo
más ilusionante del volumen es descubrir que Lola ha liberado su pluma hacia el
humor, hacia la flexibilidad temática, hacia el coloquialismo expresivo. Y me
parece que es una maravillosa noticia. Las anteriores producciones de esta
escritora murciana, siendo estupendas (he dejado fe de mi admiración en reseñas
anteriores), resultaban demasiado “serias”, demasiado “psicoanalíticas”. Y un
importante sector del público podía quedarse fuera de ellas por su densidad
orgánica (terminológica y argumental). Ahora, gozosamente, no es así. Lola ha
realizado un admirable esfuerzo para ser directa y clara, para ponerse en la
piel y en la voz de su personaje (un ama de casa que, por avatares de la vida,
se ha visto abocada al ejercicio de la prostitución) y para construir con él
una historia donde combina seriedad, humor, tragedia y emociones humanas con
eficaz soltura. Así, nos hablará de sus clientes (un catedrático de
universidad, un profesor de árabe, un ejecutivo inmobiliario, un ex-dominico
libidinoso e iconoclasta... o Enrique, que “tiene la cuca más pequeña del
mundo”, como dice en la página 119), pero también nos introducirá reflexiones
sobre la existencia (“Todo está relacionado en esta vida, todo, lo que pasa es
que no vivimos lo suficiente para encontrar la relación entre las cosas”,
pág.88) o sobre la pedagogía (“Los que no tienen hijos dicen cosas preciosas
sobre cómo hay que educar a los hijos. Ellos, si se dan cuenta, se sitúan
todavía del lado de los hijos, son reivindicativos. En el fondo les están
pasando factura a sus propios padres”, pág.134). Añadan a eso los abundantes juegos
de palabras que este volumen atesora (por ejemplo, esa consideración de que la
palabra “envergadura” es la más erótica de nuestra lengua, como dice en la
página 51), la densidad sexual de algunas de sus descripciones (el número
lésbico entre la protagonista y Zaida quizá sea el mejor) y la frescura de sus
párrafos, y deducirán que Lenguas vivas
es un libro para que el lector sonría, disfrute y goce. En todos los sentidos.
1 comentario:
Oiga usted, pues que no lo sabía.
Qué gusto saber de tus libros, otra cosa es que te haga caso, que ya sabes lo Re-verDhe que soy. Muchos besos, rey.
Besiquiqui
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