Albert Camus fue uno de los
intelectuales más influyentes y poderosos del siglo XX. Pero el periodista Jean
Daniel, que fue compañero y amigo suyo durante muchos años, sigue preguntándose
hoy en día por qué la obra de este pensador incómodo, antisistema, iconoclasta
y deliciosamente literario (Jean-Paul Sartre se permitió el lujo de criticarle
lo bien que escribía) se ha convertido en un auténtico icono de nuestro tiempo.
Y en su libro Avec Camus. Comment
résister à l’air du temps, que ahora traduce José Luis Gil Aristu para el
Círculo de Lectores – Galaxia Gutenberg con el título de Camus (A contracorriente), se dedica a analizar sus recuerdos del
autor argelino, su labor como periodista, el rigor indesmayable de su ortodoxia
y, sobre todo, el «heroísmo de la contradicción» (p. 29) del que siempre hizo
gala y bandera.
El hombre que
tuvo como madre a una menorquina analfabeta y medio sorda, y como padre a un
trabajador vinícola; que estudió y leyó desde muy niño, en condiciones
durísimas (una tuberculosis a los trece años); y que se convirtió en el
pensador más honesto de Europa (por encima de Sartre, que no tuvo reparos en
apoyar o disimular atrocidades soviéticas, conociendo su existencia); sigue
siendo hoy un gran desconocido, a pesar de los centenares de trabajos que se
tributaron a su pensamiento y su figura. Este «puritano agnóstico» (p.46), como
lúcidamente lo bautiza Jean Daniel, descubrió muy pronto que quería contar
muchas cosas, y que el tiempo era escaso. Por eso se afanó en escribir
filosofía, literatura y periodismo a partes iguales, con idéntico fervor,
llevando sobre sus hombros aquel mítico diario llamado Combat, en el que se
vanagloriaba de no haber mentido nunca en ninguna de sus colaboraciones.
Enemigo furibundo de cualquier forma de posesión, amigo de los seres
desvalidos, partidario constante del diálogo y de la tolerancia, Camus se
convierte en un escritor fácilmente asimilable por parte del gran público, que
puede llegar a confundir su mensaje por la vía de la simplificación («Era
tratado unas veces como un agradable escritor que filosofaba por encima de sus
medios, y otras como un pastor que balaba al servicio de la burguesía»,
p.115).Pero fue ante todo una persona que portaba un mensaje complicado, lleno
de agudeza, que el ensayista Jean Daniel, autor de este volumen, resume en una
fórmula tan breve como enjundiosa: «Camus proclamaba que, para realizar nuestra
tarea de hombres, necesitamos ser Sísifos felices» (p.181). Fijémonos en la
brillantez de la sentencia y tratemos de reflexionar sobre la misma. No se ha
pedido mayor sacrificio moral desde el inicio de los tiempos. Ser Sísifos
felices supone constituirnos en orgullosos portaestandartes de la dignidad, en
vanguardistas de la justicia, sin esperar jamás ningún tipo de recompensa. Lo
más honroso y lo más complicado del mundo.
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