Los best-sellers literarios generan a
su alrededor una serie de filias y de fobias que, en la mayor parte de los
casos, no deja razonar con claridad: unos los vituperan por el mero hecho de
estar concebidos para vender; y otros los ensalzan y deifican hasta el punto de
manifestar que, salvo ese tipo de obras, nada se les antoja apetecible en el
mundo de los libros actuales. No andaba muy equivocado Ernest Hemingway cuando
escribió aquello de que todo el que generaliza procede de forma injusta (aunque
su propio juicio fuera tautológico).
Ahora, la
escocesa Theresa Breslin acaba de lanzar su voluminosa novela La profecía del Louvre con el sello
Almuzara (traducción de Eugenia Arrés), y la polémica se reactiva, porque uno
de los personajes más importantes de la obra es el famoso profeta Michel de
Nostradamus, quien en el último tercio del siglo XVI experimenta una revelación
sobre el futuro del mundo y la consigna por escrito, depositándola en manos de
Mélisande, la hija de un juglar, para que la ponga a salvo. Esta muchacha, que
ha visto morir a su hermana Chantelle por culpa del conde de Ferignay y que
sufre el dolor de ver cómo su padre es retenido contra su voluntad en la corte,
ha de salir a los caminos de Francia con el objeto de huir del citado conde y proteger
a toda costa su secreto. Durante su vagabundeo (salpicado de peligros,
asechanzas, reveses y disfraces de todo tipo) conocerá a un atractivo joven
llamado Melchior, dueño de un leopardo; aprenderá el arte de la confección de
medicamentos, ungüentos y todo tipo de remedios curativos al lado de Giorgio;
tendrá que fingir ser un muchacho y esconder su mandolina, para que no la
asocien con la juglaresa fugitiva; conocerá el afecto y el amor en la persona
de Thierry, un señor feudal que la trata con ternura; y tendrá que vérselas con
la traición, la perfidia y el rencor de los personajes más insospechados, hasta
que finalmente consigue entender cuál es el papel que debe desempeñar en la
profecía que Nostradamus ha puesto en sus manos.La historia (cuyo final no
dejará insatisfechos a los lectores) está narrada con elogiable fluidez, y se
construye sobre una documentación minuciosa, donde el mundo europeo del siglo
XVI, con sus conflictos religiosos y sus luchas de poder, está retratado con
conocimiento de causa. Y, salvo el lapsus de decir que el profeta “había
desecho las sábanas” (pág.188), el error terminológico de indicar que una
hembra de leopardo está “embarazada” (pág. 391) y la presencia del espurio
verbo “inflingir” (que se repite en las páginas 127, 337 y 442), todo lo demás
de esta obra está tan suculentamente concebido como brillantemente expuesto.
Disfrutarán con sus aventuras todos los amantes de la acción, de la novela
histórica y de los misterios proféticos. No es un caudal pequeño, ni desdeñable,
de usuarios.
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