En literatura los excesos son, aparte
de enojosos, innecesarios. El francés Marcel Proust, que no compartía esa
opinión, infligió a los lectores varios miles de páginas para contarles que iba
en busca del tiempo perdido, y se enzarzó en charlas prolijas, descripciones
interminables de salones y rostros, y magdalenas húmedas que le traían aromas
de otras épocas. Ahora, otro escritor francés, llamado Patrick Modiano, ha
sabido capturar, condensar y bruñir el mismo mensaje, con no menor belleza, en
un breve texto novelístico de 130 páginas que, con el rótulo de En el café de la juventud perdida, acaba
de publicar en España el sello Anagrama, gracias a la traducción de María
Teresa Gallego Urrutia.
En él
seguiremos el rastro de la enigmática Louki (cuyo auténtico nombre es
Jacqueline Delanque), una mujer que anda buscándose por las calles y los cafés
de París, perdida en un maremoto de contradicciones, silencios y orfandades, en
el que chapotea con la esperanza de hallar finalmente un camino («No tengo más
recuerdos buenos que los de huida o evasión», página 84). El café de Le Condé
es su primer refugio, y en él se encuentra con bohemios que, como ella, derivan
como náufragos: beben, fuman, se embarcan en proyectos disparatados y pelean
contra la grisura. Como dijo Julio Cortázar en una de sus obras más conocidas:
se saben a salvo del absurdo porque se lanzan directamente contra él. Así, la
panoplia de personajes adquiere tintes disparatados o cercanos al delirio: un
estudiante de la
Escuela Superior de Minas; un detective privado que anda
buscando a Jacqueline por encargo de su marido (Jean-Pierre Choureau); un
espiritista llamado Guy de Vere, que pronuncia frases tan profundas y tan
sabias como la que aparece en la página 122: «Cuando de verdad queremos a una
persona, hay que aceptar la parte de misterio que hay en ella»; etc. Auténticos
vagabundos del espíritu, que no saben encontrar su senda y que empapan de
alcohol los calendarios, mientras llegan (o no llegan) las respuestas a sus
preguntas. Con un estilo de elegante sencillez, Patrick Modiano consigue
capturar el ambiente de una época (los años 60), en la que muchos braceaban
contra la inercia del sinsentido. Y va dejando que todas esas voces, tan
plurales, tan variadas, tomen la palabra de forma sucesiva: hablará el
estudiante (que entiende la bohemia del café Le Condé como «un refugio contra
todo lo que preveía que traería la grisura de la vida», página 26); hablará el
detective contratado por el marido de Jacqueline, quien acaba seducido por la
imagen de la muchacha; hablará Roland, que vive con ella un tiempo de
fulgurantes búsquedas... Muchas gargantas y muchos corazones, que Modiano sabe
ir ensamblando con orquestal pericia para dejar, entre las breves páginas de
este volumen, el aroma del desasosiego.
1 comentario:
A mi me ha gustado que sea breve, que esté bien contada, el juego de narradores y deambular literariamente por el París de los 60 (auténtica co-protagonista del libro), ahora bien, la historia es bastante rarita en fondo y forma y puede desconcertar a lectores convencionales que busquen tramás más precisas y menos fragmentarias. Es un libro amargo.
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