domingo, 3 de mayo de 2009

Carta a un profesor de Lengua y Literatura del siglo XXI



En uno de sus poemas escribió don Antonio Machado: “No es profesor de energía / Francisco de Icaza,/ sino de melancolía”. Y traigo a la memoria y a la pantalla esta sentencia para explicar que con Santiago Delgado ocurre lo contrario: todas las melancolías, añoranzas, frustraciones y desánimos que pudieran haber surgido de su dilatada experiencia en el mundo de las aulas quedan muy pronto atrás, frente al torrente imparable de su vocación de enseñar. Sirva de muestra su último volumen: Carta a un profesor de Lengua y Literatura del siglo XXI, donde realiza la disertación más difícil: explicar a los profesores que su labor no tiene por qué ser desalentadora, ni por qué quedarse estancada. Que el proyecto de un profesor, de un maestro, tiene que estar constantemente vivo, constantemente cambiando, y que cualquier elemento que incorporemos a nuestra labor docente ha de servir para mejorar la práctica educativa: el cine, las mejores novedades de la tecnología (pizarra digital, Internet, el cañón), las lecturas orales en clase, la caligrafía, la insistencia para que nuestros alumnos lleguen a pronunciar bien el español estándar, el uso de canciones que permitan comprender mejor el uso del ritmo, de los tópicos o de la rima, etc. Miles de posibilidades que están ahí, esperando que las usemos y que las vayamos enlazando con lo más profundo de nuestra práctica docente como encargados de enseñar el idioma a los alumnos. Alejados de cualquier utilización espuria de los textos literarios (“La Literatura no fue creada para los profesores”, p.13), debemos ser conscientes de que el principal objetivo es doble: que los alumnos adquieran el manejo oral y escrito del español y que, llegado el caso, puedan acceder a las producciones cada vez más elevadas que con él se han logrado. Pero ningún escalón, nos dice el autor, es desdeñable: ni los periódicos, ni las páginas web, ni los romances populares... Nada. Quedarse estancados en el mundo de “lo literario”, por idílico que esto pueda parecer o por bien que nos lo explicaran a nosotros hace años, es actualmente erróneo (“La endogamia literaria es un vicio intelectual, una erudición obsoleta y un pecado pedagógico”, p.19). De ahí que debamos convencernos de que seguir con la lectura exclusiva de “los clásicos” es una torpeza, porque la finalidad última de las lecturas obligatorias es crear lectores, y difícilmente se convertirán en lectores quienes sean forzados a leer obras que, por su edad, temperamento y preparación intelectual, no están capacitados para entender. Por tanto, resulta preferible que los alumnos sean invitados a leer obras juveniles de calidad firme y contrastada (Santiago indica la necesidad de que los profesores estén al día sobre los premios Gran Angular, Barco de Vapor, Lazarillo, Alfaguara y otros de similar orden). Y lo sintetiza en unas frases tan polémicas como, en mi opinión, acertadas: “Leer o es un placer o es un tormento. La lectura obligada debiera estar proscrita en las aulas. Sobre todo la lectura obligada única”, p.30). El profesor, al hilo de estas reflexiones, debe estar constantemente al día, leyendo de manera tenaz e ilusionada todo lo que va saliendo al mercado. Conociendo lo que leen sus alumnos sabrá cómo guiar su proceso de aprendizaje con más elementos de juicio. Si ellos leen Crepúsculo y nosotros nos obstinamos en meterles en la cabeza que han de leer antes el Lazarillo de Tormes, sólo lograremos su desconfianza. Y quizá su alejamiento definitivo de toda la literatura clásica. En la dicotomía “erudición vs. ludicidad”, Santiago lo tiene clarísimo: “La segunda debe preceder en el tiempo pedagógico a la primera” (p.33)... Podría seguir enumerando las virtudes de este libro, pero prefiero dejarlo aquí, para que los profesores interesados (que debieran ser todos) descubran por sí mismos las inauditas aportaciones que estas páginas suministran. Básteme decir que jamás me había encontrado con una obra de ensayo que me devolviera con tanto vigor las ganas de meterme en el aula y probar cosas nuevas. Le debo a Santiago Delgado una impagable inyección de energía. Y creo que se la deberá todo aquel que lea este hermoso y enriquecedor volumen

3 comentarios:

Sarashina dijo...

Amigo Rubén, esta mañana he leído tu comentario en educarm, pero no sabía quién lo habia escrito, porque allí no tiene firma, o al menos yo no lo he encontrado. De inmediato me he ido a mendigar un libro de estos, porque ya me he enterado de que no está a la venta, sino que es institucional, y el bueno de Santiago me ha dejado uno en Diego. Lo leeré con mucho gusto, porque en todo coincido con al amigo Santiago y, de hecho, lo llevo a la práctica todos los días. Han sido muchos años de incomprensión y de luchar contra las formas escleróticas de la enseñanza de la lengua y la literatura. A ver si cunde la idea y cambiamos todo esto. Un abrazo.

Julián Montesinos Ruiz dijo...

Estimado Rubén:

Me alegro muchísimo de que recensiones libros como éste, en los que se plantea la necesidad imperiosa de modificar nuestra didáctica de acercamiento a la Lengua y la Literatura. Hay que decirlo con rotundidad: existe ya un corpus de obras de Literatura Juvenil de suficiente y contrastada calidad literarias como para "airear" nuestra lecturas (no existe ninguna legislación en Secundaria que nos obligue a leer esto o aquello). Pero estamos atrapados por filólogos que no tienen en cuenta a los jóvenes destinatarios, y prescinden muchas veces de las inmensas posibilidades de la tecnología al servicio de la educación. ¡Ay, qué triste decir que necesitamos profesores lectores y entusiastas de su trabajo! Perdona esta disquisición, pero en Lorca celebramos en mayo unas jornadas donde se reflexionará sobre planes lectores, etc. Por cierto, en la presentación de la página de Fomento de la Lectura (en Educarm) pueden leerse algunos artículos y una síntesis de tesis doctoral acerca de la necesidad de introduicir la literatura juvenil como un subgénero no sustitutivo de la clásica, sino como un peldaño previo, de transición, que conforma el intertexto lector del alumnado. Como siempre, un saludo y mi reconocimiento a tu magnífica labor. Julán Montesinos.

Rubén Castillo dijo...

Querida Fuensanta: Es un libro de altísima calidad, lleno de ideas muy sugerentes. Te va a encantar. Hacía tiempo que no encontraba, reunidas, tantas ideas sensatas y de posible aplicación. Ya tendremos ocasión de hablarlo con calma y cervezas por medio.
Querido Julián: Qué ganas tengo de volver a verte, Dios mío. Sé que personas como tú luchando por la literatura juvenil, abren camino para revitalizar esto tan hermoso de la enseñanza en los institutos. Gracias, de corazón. No dejemos que los seguidores más rancios y contumaces de Marcelino Menéndez y Pelayo sigan poniendo como lectura los "Pasos" de Lope de Rueda y cosas así. Por el amor de Dios...