En uno de sus poemas escribió don
Antonio Machado: “No es profesor de energía / Francisco de Icaza,/ sino de
melancolía”. Y traigo a la memoria y a la pantalla esta sentencia para explicar
que con Santiago Delgado ocurre lo contrario: todas las melancolías, añoranzas,
frustraciones y desánimos que pudieran haber surgido de su dilatada experiencia
en el mundo de las aulas quedan muy pronto atrás, frente al torrente imparable
de su vocación de enseñar. Sirva de muestra su último volumen: Carta a un profesor de Lengua y Literatura
del siglo XXI, donde realiza la disertación más difícil: explicar a los
profesores que su labor no tiene por qué ser desalentadora, ni por qué quedarse
estancada. Que el proyecto de un profesor, de un maestro, tiene que estar
constantemente vivo, constantemente cambiando, y que cualquier elemento que
incorporemos a nuestra labor docente ha de servir para mejorar la práctica
educativa: el cine, las mejores novedades de la tecnología (pizarra digital,
Internet, el cañón), las lecturas orales en clase, la caligrafía, la
insistencia para que nuestros alumnos lleguen a pronunciar bien el español
estándar, el uso de canciones que permitan comprender mejor el uso del ritmo,
de los tópicos o de la rima, etc. Miles de posibilidades que están ahí,
esperando que las usemos y que las vayamos enlazando con lo más profundo de
nuestra práctica docente como encargados de enseñar el idioma a los alumnos.
Alejados de cualquier utilización espuria de los textos literarios (“La Literatura no fue
creada para los profesores”, p.13), debemos ser conscientes de que el principal
objetivo es doble: que los alumnos adquieran el manejo oral y escrito del
español y que, llegado el caso, puedan acceder a las producciones cada vez más
elevadas que con él se han logrado. Pero ningún escalón, nos dice el autor, es
desdeñable: ni los periódicos, ni las páginas web, ni los romances populares...
Nada. Quedarse estancados en el mundo de “lo literario”, por idílico que esto
pueda parecer o por bien que nos lo explicaran a nosotros hace años, es
actualmente erróneo (“La endogamia literaria es un vicio intelectual, una
erudición obsoleta y un pecado pedagógico”, p.19). De ahí que debamos
convencernos de que seguir con la lectura exclusiva de “los clásicos” es una
torpeza, porque la finalidad última de las lecturas obligatorias es crear
lectores, y difícilmente se convertirán en lectores quienes sean forzados a
leer obras que, por su edad, temperamento y preparación intelectual, no están
capacitados para entender. Por tanto, resulta preferible que los alumnos sean
invitados a leer obras juveniles de calidad firme y contrastada (Santiago
indica la necesidad de que los profesores estén al día sobre los premios Gran
Angular, Barco de Vapor, Lazarillo, Alfaguara y otros de similar orden). Y lo
sintetiza en unas frases tan polémicas como, en mi opinión, acertadas: “Leer o
es un placer o es un tormento. La lectura obligada debiera estar proscrita en
las aulas. Sobre todo la lectura obligada única”, p.30). El profesor, al hilo
de estas reflexiones, debe estar constantemente al día, leyendo de manera tenaz
e ilusionada todo lo que va saliendo al mercado. Conociendo lo que leen sus
alumnos sabrá cómo guiar su proceso de aprendizaje con más elementos de juicio.
Si ellos leen Crepúsculo y nosotros
nos obstinamos en meterles en la cabeza que han de leer antes el Lazarillo de Tormes, sólo lograremos su
desconfianza. Y quizá su alejamiento definitivo de toda la literatura clásica.
En la dicotomía “erudición vs. ludicidad”, Santiago lo tiene clarísimo: “La
segunda debe preceder en el tiempo pedagógico a la primera” (p.33)... Podría
seguir enumerando las virtudes de este libro, pero prefiero dejarlo aquí, para
que los profesores interesados (que debieran ser todos) descubran por sí mismos
las inauditas aportaciones que estas páginas suministran. Básteme decir que
jamás me había encontrado con una obra de ensayo que me devolviera con tanto
vigor las ganas de meterme en el aula y probar cosas nuevas. Le debo a Santiago
Delgado una impagable inyección de energía. Y creo que se la deberá todo aquel
que lea este hermoso y enriquecedor volumen
3 comentarios:
Amigo Rubén, esta mañana he leído tu comentario en educarm, pero no sabía quién lo habia escrito, porque allí no tiene firma, o al menos yo no lo he encontrado. De inmediato me he ido a mendigar un libro de estos, porque ya me he enterado de que no está a la venta, sino que es institucional, y el bueno de Santiago me ha dejado uno en Diego. Lo leeré con mucho gusto, porque en todo coincido con al amigo Santiago y, de hecho, lo llevo a la práctica todos los días. Han sido muchos años de incomprensión y de luchar contra las formas escleróticas de la enseñanza de la lengua y la literatura. A ver si cunde la idea y cambiamos todo esto. Un abrazo.
Estimado Rubén:
Me alegro muchísimo de que recensiones libros como éste, en los que se plantea la necesidad imperiosa de modificar nuestra didáctica de acercamiento a la Lengua y la Literatura. Hay que decirlo con rotundidad: existe ya un corpus de obras de Literatura Juvenil de suficiente y contrastada calidad literarias como para "airear" nuestra lecturas (no existe ninguna legislación en Secundaria que nos obligue a leer esto o aquello). Pero estamos atrapados por filólogos que no tienen en cuenta a los jóvenes destinatarios, y prescinden muchas veces de las inmensas posibilidades de la tecnología al servicio de la educación. ¡Ay, qué triste decir que necesitamos profesores lectores y entusiastas de su trabajo! Perdona esta disquisición, pero en Lorca celebramos en mayo unas jornadas donde se reflexionará sobre planes lectores, etc. Por cierto, en la presentación de la página de Fomento de la Lectura (en Educarm) pueden leerse algunos artículos y una síntesis de tesis doctoral acerca de la necesidad de introduicir la literatura juvenil como un subgénero no sustitutivo de la clásica, sino como un peldaño previo, de transición, que conforma el intertexto lector del alumnado. Como siempre, un saludo y mi reconocimiento a tu magnífica labor. Julán Montesinos.
Querida Fuensanta: Es un libro de altísima calidad, lleno de ideas muy sugerentes. Te va a encantar. Hacía tiempo que no encontraba, reunidas, tantas ideas sensatas y de posible aplicación. Ya tendremos ocasión de hablarlo con calma y cervezas por medio.
Querido Julián: Qué ganas tengo de volver a verte, Dios mío. Sé que personas como tú luchando por la literatura juvenil, abren camino para revitalizar esto tan hermoso de la enseñanza en los institutos. Gracias, de corazón. No dejemos que los seguidores más rancios y contumaces de Marcelino Menéndez y Pelayo sigan poniendo como lectura los "Pasos" de Lope de Rueda y cosas así. Por el amor de Dios...
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