En octubre de 2008 le escuché decir a Luis Leante, durante una conferencia pronunciada en Molina de Segura, que la obra de la que más orgulloso se sentía era Academia Europa. Ignoro si el transcurso del tiempo ha modificado esa impresión, pero es probable que el escritor caravaqueño no se haya apartado mucho de ese parecer. Su protagonista es un joven estudiante de lenguas clásicas (como lo fue en su día el escritor) que, agobiado por las estrecheces económicas, ha de buscar empleo en una academia bastante singular. La entrada de ésta le recuerda a"una boca con los dientes podridos" (p.17) y es el preámbulo que lo conduce hasta don Segundo Segura, director de la misma, quien después de una entrevista voluntariosa y agónica le termina concediendo el puesto de trabajo. Su misión consistirá en enseñar física y química, ortografía, lenguaje, derecho y contabilidad; y se le pagará una miseria. Pero el protagonista, acuciado por la innoble asfixia del dinero, termina aceptando. Hasta ahí, en nada difiere esta situación de la que ha podido sufrir en un momento u otro cualquier licenciado que busca su sitio en el difícil mercado laboral.
Pero de inmediato comienzan a acumularse las anomalías a su alrededor: sus alcanforados compañeros de docencia (don Cirilo y don Efrén, que parecen "una fotografía en sepia", p.27); el ambiente opresivo de la academia ("la gruta", p.31); la extrañeza que le provoca que, ante su protesta, el director le doble el sueldo de forma instantánea con tal de que no se vaya y, además, le conceda la posibilidad de vivir allí, en un cuarto; la turbadora esposa de éste, Ariadna, que le transmite al joven licenciado un espeluzno de intriga y deseo... Pronto descubrirá que la madre de Ariadna se llama Pasífae; y que la hija de Ariadna y don Segundo (una auténtica lolita, tan afiebrada como peligrosa) se llama Egle... Se multiplican las resonancias clásicas, y también el aroma trágico y claustrofóbico de todo lo que rodea al joven filólogo, que empieza a sospechar que ha quedado atrapado en un ámbito estanco, pegajoso e irresistible, del que le resultará punto menos que inútil tratar de escabullirse.
Lo difícil (también lo complejo) de esta trama es que Luis Leante introdujo en ella muchos elementos de su propia experiencia laboral, debidamente adaptados para la ficción. Y el gran conflicto que se le planteaba era el de distanciarse de esos elementos para construir, ante todo, un edificio narrativo valioso y exento, proeza que consigue en cada una de sus páginas.
Cuando se publicó esta obra hace algunos años, después de obtener un premio de novela corta, elaboré una reseña sobre ella y dije que era cuestión de tiempo que alguien como Luis Leante terminara publicando en Alfaguara (a las hemerotecas remito para comprobarlo). Me hace feliz comprobar que mi vaticinio se ha cumplido y que el escritor caravaqueño está donde sin duda merece. Y por muchos años.