lunes, 5 de mayo de 2025

¿Será buena persona el cocinero?

 


Quizá se trate de que, en el mundo en que vivimos, el sentido común se ha convertido en una rara avis, o en una excentricidad, o en una marca de peligro (porque denota el burbujeo de una inteligencia y una percepción independientes). De lo contrario, no entiendo que los artículos de Javier Marías (tan impecables, tan concienzudos, tan ecuánimes) puedan haber sido juzgados, más de una vez, como obra de alguien torticero o incluso “fascista”. Hay que ser, en mi opinión, muy malintencionado o muy mendrugo para adherirle esas etiquetas.

En estas páginas, donde se recopilan los últimos (ay) artículos del gran escritor madrileño, asistimos a un espectáculo inteligente, ponderado y lleno de sensatez que, francamente, me subyuga. Hay sensatez cuando nos dice que el voto no tiene que ser rígido, sino que en cada convocatoria electoral debemos pensar en lo que han hecho los partidos durante la anterior legislatura; hay sensatez cuando dice que ningún país debe pedir perdón por las iniquidades o crímenes que cometieron hace siglos sus antepasados; hay sensatez cuando propugna votar siempre a los partidos que aboguen por la cohesión de Europa, frente a quienes la anhelan débil o inexistente; hay sensatez cuando se señala como lacra el turismo masificado y esnob, que solamente desea hacer fotos y colgarlas en las “cretinoides redes”; hay sensatez cuando subraya que las imposiciones sobre el lenguaje que no se arroga la RAE sí que se las arrogan colectivos oportunistas o presuntamente modernos; hay sensatez cuando recapitula las innumerables ocasiones en que nuestros dirigentes políticos han disimulado, tergiversado o directamente mentido (las hemerotecas lo demuestran); hay sensatez en indicar que si nos privamos de hacer, decir, escribir o pintar porque alguien se pueda sentir ofendido por nuestras palabras o acciones incurriríamos en la estupidez de convertir una sensibilidad o capricho personal en una norma de conducta para el resto del mundo; hay sensatez en mirar con recelo un mundo en el que tantos se obstinan en montar incontables espectáculos que lo dejan “distorsionado por las carnavaladas”; hay sensatez (y hastío) cuando, ante cada majadería emanada del aburrimiento y de la moda (la “corrección política”, la “apropiación cultural” y similares), declare que “es todo tan ridículo que da vergüenza tener que hacerle frente”; hay sensatez (y aquí la prueba de fuego era tremenda) en todos los artículos que publicó mientras el atroz panorama del covid se extendía por el mundo; hay sensatez cuando se acuña que “desde hace unas décadas se ha producido una inducida tontificación general y creciente de la sociedad”; hay sensatez en la terrible y clarividente frase que dice que “la creación de tarugos es un objetivo indisimulado de los políticos obtusos de nuestro tiempo”.

En el apartado publicitario de la contraportada (inevitable, en nuestro mundo de mercadotecnia) se utiliza el adjetivo “incómodo” para referirse al libro. Pero esa etiqueta, lejos de perturbar a las personas inteligentes, debería estimularlas: lo incómodo suele ser un motivo de reflexión. Y cuando se nos sirve con una prosa tan espléndida como la de Javier Marías, más aún.

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