Leí La ruta de don Quijote cuando apenas
tenía veinte años y se me antojó un libro vacío y de prosa insufrible, una
roñosa exaltación de la caspa. Ahora, treinta años más tarde, lo releo con el
poso que da la madurez y sigo pensando lo mismo. A Azorín se le puede tolerar
en pequeñas dosis (dos o tres páginas), pero intentar dedicarle más de media
hora de lectura seguida a este volumen se erige en tarea de Hércules. El no
decir nada y, lo que resulta peor, decirlo con un infinito aporte de adjetivos,
vuelve empalagosamente inaguantable su prosa. “Ya el cronista se siente
abrumado, anonadado, exasperado, enervado, desesperado, alucinado por la visión
continua, intensa, monótona de los llanos de barbecho, de los llanos de eriazo,
de los llanos cubiertos de un verde imperceptible, tenue”. Es el comienzo de un
capítulo. “Las calles son anchas, espaciosas, desmesuradas; las casas son
bajas, de un olor grisáceo, terroso, cárdeno; mientras escribo estas líneas, el
cielo está anubarrado, plomizo; sopla, ruge, brama un vendaval furioso, helado;
por las anchas vías desiertas vuelan impetuosas polvaredas; oigo que unas
campanas tocan con toques desgarrados, plañideros, a lo lejos”, se lee en el
arranque de otro. Y así durante cien páginas.
José
Ortega y Gasset habló de los “primores de lo vulgar” que se advertían en su
prosa, pero tampoco hubiera sido disparate afearle este estilo hablando de la
“vulgaridad del primor”. Azorín arroja adjetivos como quien esturrea semillas.
A voleo, a manotazos, a ver si alguno cuadra. ¿Constituye esto una obra
excelente? Yo creo que no. En ningún sentido. Temáticamente, porque supone un
elogio de la pobreza, de la pana, del polvo, de la precariedad (a la que quiere
aureolarse, de forma incomprensible, de misticismo). Estilísticamente, porque
es una prosa de bombardeo y ñoñería, basada en la hipertrofia de adjetivos,
quizá el resultado más burdo, menos elegante y menos trabajado.
Puedo
disculparle la petulancia de considerarse una especie de Elegido para dejar
constancia de aquellos paisajes y aquellas personas (“Yo tengo que realizar una
misión sobre la Tierra
[…] con estas cuartillas que he de llenar hasta el fin de mis días”, cap.I),
pero no la impericia de utilizar medio kilo de azúcar para elaborar una
magdalena.
O
sea, que no, don José. Esta vez no.
1 comentario:
Pues tendré que hacerle caso profesor,, porque yo también la leí con veintipocos años y me pareció una obra espantosa 🙄 ahora viendo que para ti 30 años después han cambiado las tornas, pues no me queda más remedio que pensar que tengo que darle otra oportunidad, aunque solamente de pensar lo mal que lo pasé...😅
Un beso 💋
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