Una obra
de teatro puede ser excelente por varios motivos: por la capacidad que tenga el
autor para mover a sus criaturas en escena, haciendo que bailen una danza ágil,
tensa o intensa; por las ideas que sea capaz de trasladarnos acerca de un
determinado tema; por su revisión de sucesos históricos, a través de algunos
entes ficcionales; por la lección simbólica que podamos extraer de los hechos
que se representan ante nosotros… En ese ámbito, voces como las de Shakespeare,
Strindberg, Buero Vallejo o Molière resultan paradigmáticas.
A ese
elenco no conviene añadir a Marcial Suárez, al menos por lo que demuestra en su
obra Dios está lejos, por más que le
concedieran el premio Lope de Vega en 1979. Si tuviéramos que sintetizar su
argumento en pocas líneas, diríamos que se nos muestra a Rosario, una mujer
casada pero que ejerce la prostitución para sacar un dinero extra, se encuentra
en un tren con Julio, que ha sido destinado como juez a la localidad. Cuando
está con él en casa se entera de que su marido ha muerto tras caer de un
andamio. Estaba acompañado por Daniel, hermano de Rosario… A partir de ese
instante, todo son vueltas y revueltas alrededor de una serie de preguntas que
nadie sabe resolver con seguridad: ¿mató Daniel a su cuñado por algún odio que
surgió entre ellos? ¿Se suicidó el marido para librarse de la ignominia de
saberse cornudo? ¿Cayó por accidente? ¿Actuó Daniel como asesino, tras haber
pactado el crimen con su hermana?
Esa
insistencia en los cauces de la niebla, de la vacilación, de la duda, que
podría haber quedado maravillosa en las manos de un genio como Buero Vallejo,
se convierte aquí en un pestiño insufrible que provoca bostezos.
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