Cuando se tiene entre las manos
un volumen de versos con el título de Místicas
puede uno imaginarse parte del contenido que se ofrecerá ante sus ojos, pero no
necesariamente la forma en que el vate abordará el traslado de las emociones
hasta el lector. El mexicano Amado Nervo, autor de las páginas que me apresto a
comentar, dice aquí sentirse confuso y dilacerado entre
una vida que se le antoja larga e insufrible y una muerte que le atemoriza con
su oscuridad misteriosa. Siente (nos repite una y otra vez) “la incurable
tristeza” de su vida, a la vez que experimenta un comprensible horror ante la
llegada del ocaso.
En ocasiones, nos habla de amores purísimos, que lo atraviesan y que dan
sentido a su existencia. Otras veces, nos habla de su voluntad de recluirse, si
fuera necesario, en un monasterio trapense, cavando en el huerto su propia
tumba, con tanta humildad como resignación. Y otras, en fin, reconoce que no
puede resistir la tentación que le plantan ante los ojos las carnes femeninas,
con “las combas triunfales de sus amplias caderas” (en algún verso, esa fogosa
sensualidad parece llenarse de picardía en los encabalgamientos. Así, resulta
memorable el que nos dice: “¡Oh Señor Jesucristo, guíame por los rectos /
derroteros del justo…!”. Si Nervo vislumbró la dualidad anal-religiosa de esa
frase cortada me descubro ante él por su sentido del humor; si no atinó a darse
cuenta aplaudo con sonrisa al dios de la casualidad). O sea, que el poeta se
debate entre lo divino y lo “fieramente humano”, sin que llegue a situarse en
ninguno de los dos platillos de la balanza de forma estable.
Entre todas las composiciones del breve volumen, quizá la más conocida es
la que lleva por título “A Kempis”, donde el poeta hispanoamericano le explica
al roñoso asceta que durante muchos años ha vivido apesadumbrado por sus
líneas, donde explicaba que todo pasa, todo es triste, todo es caduco y todo
digno de lágrimas.
El volumen, en fin, está redactado con la sonora vistosidad del lenguaje
modernista, que tan mal ha envejecido en la mayor parte de los poetas
(adjetivos deliberadamente pomposos, rimas esdrújulas, lises y quimeras por
doquier, religiosidad más colorista y declamatoria que auténtica), aunque es
justo reconocer que en Nervo mantiene algunos brillos dignos de memoria. Místicas empalaga en algunos tramos por
el olor a cera de sacristía y por su dogmatismo (que llega a cotas de
inesperada agresividad), pero aún se lee con felicidad.
1 comentario:
Hola Rubén!
Yo debo ser muy materialista y superficial, pero aquí Amado Nervo me hizo resoplar más de una vez y entornar los ojos, y eso sugnifica que me aburro...
Lo místico no va conmigo!!
Besitos 💋💋💋
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