El mundo de la excitación sexual está lleno de
misterios y, por pertenecer más al
dominio de la mente que al del cuerpo, está plagado de variantes, matices,
curiosidades, recodos y zonas de luz y sombra. A las aficiones anómalas más conocidas (como el sadismo,
la pedofilia o el voyeurismo) habría que añadir otras muchas, como la
alorgasmia (fantasear durante el acto sexual con alguien que no sea tu pareja),
la gegomulcia (excitarse al ser acariciado o masturbado por alguien desconocido
en medio de la multitud), la merintofilia (experimentar placer al ser atado) o
la quinunolagnia (alcanzar el clímax cuando uno se sabe expuesto a una
situación de peligro). En este curioso volumen que hoy centra la página (Perversiones, de la editorial Traspiés)
nos encontramos, como bien aclara el subtítulo del tomo, con un “Breve catálogo
de parafilias ilustradas”, donde setenta artistas (escritores e ilustradores)
nos ofrecen un panorama fascinante del mundo de la sexualidad humana.
Intentar resumir un proyecto tan suculento es como
pretender contar, bíblicamente, las gotas de agua del mar o los granos de arena
de un desierto. Son tantas las historias deliciosas y perturbadoras que este
libro contiene que será suficiente con reflejar las bondades de algunas de
ellas y emplazar a los lectores de estas líneas a que visiten las demás en la
publicación granadina. Así, por seguir el orden lineal del volumen, “Caballero
de los puentes”, de Ángel Olgoso, pone en escena a un dignísimo magistrado que,
salvo los domingos, emplea sus jornadas en diversas prácticas sexuales
violentas o escatológicas, sin que resulte enfangada su respetabilidad.
“Círculo”, de Manuel Moyano (quizá la mejor historia del libro), nos coloca
ante un sangriento bucle temporal que queda dibujado en quince líneas
magistrales. “Videofilia”, de Ginés Cutillas, nos aproxima al universo de la
excitación visual a través de una historia de sexo y cámaras de vídeo.
Francisco Naranjo se recrea en la voluptuosidad húmeda de una chica que, incrustada
en un ascensor lleno de gente, deja que los dedos exploradores de un hombre
situado a su espalda (y cuyo aliento siente en la nuca) interroguen el interior
de su vagina. La propuesta se titula “Cada día…” y está ilustrada por Alejandro
Santos. José Ángel Barrueco, por su parte, analiza en “Beodo” la peripecia de
un borracho que, tras acostarse con su mujer y someterla a diversas vejaciones
sexuales creyéndola muerta, se llevará una sorpresa mayúscula. Carlos Manzano,
en “La prisa es mala consejera”, mezclará excitación, procacidad y humor en un
relato telefónico de simpática factura. Nacho Cagiga coloca a sus protagonistas
en un tren (“La presencia”). Miguel Ángel Cáliz se decanta por un mundo de
modernidad y píxeles (“Historia abreviada del sexo en pantalla”). José Ángel
Cilleruelo elige aproximarse a la ingenuidad de un niño, cercano a sus primeras
masturbaciones (“Sin necesidad de anticonceptivos”). Y Óscar Esquivias, por
resumir con los más significativos, emplaza su acción en un escenario
carnavalesco (“Viva el Orden y la Ley”).
Una obra, por tanto, de tan agradable factura como
de agradable contenido, en el que a veces sentiremos una leve punzada de
repulsión (ese cuento de Pepe Cervera en el que un padre se solaza lúbricamente
con su hija, en ausencia de la madre), pero donde obtendremos también sonrisas,
excitaciones e imágenes imborrables. Otro acierto de la colección Vagamundos,
de Traspiés.
1 comentario:
Me recuerda un poco a "Plataforma" de Houellebecq, aunque este parece más un catálago de parafilias que una crítica a la moral de la sexualidad en Occidente...
Publicar un comentario