Muchos de los cuentos que he leído de
Quim Monzó (Barcelona, 1952) tienen en común tres rasgos que también se
advierten en las historias de este Mil
cretinos: el primero, su anonadante sencillez aparente, que sin embargo
resulta muy difícil de imitar; el segundo, la utilización del sentido del
humor, que empapa sus textos y los dota de una singular aura; y el tercero, la
fuerte sensación de impotencia que te asalta cuando tratas de resumir de qué va cada relato.
Monzó es, sin duda, una rara avis, un
escritor de pata negra que ha logrado el más complejo de los objetivos
literarios: imponer un estilo personal a sus obras y lograr que todos lo vean
como un tótem, una referencia, un maestro.
A mí, personalmente, me gusta mucho. De
ahí que abra cada libro suyo con gran interés y lo cierre con gran
satisfacción.
En Mil
cretinos me he tropezado con muchas propuestas interesantes: hombres que se
casan por una compasión mal entendida y que al fin se ven enredados en un
matrimonio que los asfixia (“El amor es eterno”); mujeres que se van
desprendiendo de los recuerdos que las vinculan a sus maridos, hasta rozar el
esperpento o la patología (“Sábado”); escritores que sufren el acoso melifluo e
indesmayable de un novel, que los atosiga y perturba (“La alabanza”); hijos que
se enfrentan a la férrea decisión suicida de sus padres ancianos (“La llegada
de la primavera”); príncipes azules que no logran despertar a la bella
durmiente de turno, por más besos que le den (“Una noche”); la esposa que
pretende moldear a su marido a base de regalos manipuladores (“Muchas
felicidades”)...
Son tantas las narraciones ingeniosas,
originales y sorprendentes que Quim Monzó introduce en este volumen editado por
Anagrama que resulta imposible someterlas a resumen o dar siquiera un pálido
reflejo de su magnitud. Créanme si les digo que el auténtico gozo es leerlas.
1 comentario:
Es un buen libro. Ingenioso y divertido.
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