No es tan fácil, a pesar de lo que algunos ingenuos
sospechan, escribir literatura para jóvenes. Primero, hay que elegir unos temas
que les parezcan sugerentes; después hay que seleccionar unos protagonistas con
los que se puedan identificar, de una u otra forma; más tarde debe buscarse un
tono y un vocabulario que les resulten accesibles y seductores; y por fin deben
conjuntarse todos esos elementos en una trama ágil, amena, con momentos
climáticos y anticlimáticos, sorpresas y quiebros. ¿Fácil? De ninguna manera.
Por eso produce tanta felicidad encontrarse con buenos textos juveniles, en
medio de la habitual grisura que caracteriza el panorama en España.
Francisco Peñalver Giménez es el autor de El equipo Hércules y el oro de Rommel
(Círculo Rojo, 2012), una historia de búsquedas, tesoros, fidelidades y
aprendizajes, protagonizada por tres amigos que prometen continuidad: Guillermo
(un adolescente con sobrepeso, adicto a los ingenios electrónicos, cerebral e
ingenuo), Jorge (musculoso, simpático, impulsivo, voluntario en el cuerpo de
bomberos) y Laura (trece años mayor que ellos, exploradora marina, idealista y
generosa). Esta primera aventura en la que se ven embarcados (y nunca mejor
dicho) arranca cuando Guillermo recibe un misterioso mensaje con unas
coordenadas cartográficas que Laura traduce para ellos: el punto que señalan se
encuentra en pleno Mediterráneo, no demasiado lejos de Isla Grosa. ¿Qué es lo
que se supone que tienen que localizar? ¿Qué secreto se oculta en el fondo del
mar, justo en ese punto? Ninguno de los tres lo sabe, como es lógico, pero las
inmersiones que comenzarán a producirse para desentrañar el asunto tendrán un
añadido inquietante: si tres son los protagonistas de la narración, viajando en
el Carcharias, tres serán también los enemigos, que se acercan hasta ellos a
bordo del Nemrod: dos sicarios albaneses, tan descerebrados como expeditivos
(uno de ellos porta un martillo con restos de sangre, con el que tortura y mata
a sus adversarios), capitaneados por un curioso buscador de tesoros que se hace
llamar Doctor Toppi, viejo conocido de Laura.
Todos buscan lo mismo pero, acogiéndose al fértil
canon de Todorov, unos actúan como protagonistas y otros como antagonistas,
estableciéndose una dialéctica de buenos y malos en la que Toppi, educadísimo y
culto, parece por momentos nadar entre dos aguas. De hecho, sus exquisitas
maneras de gentleman (cortés, pulcro en el vestir, elegante en la dicción,
entendido en vinos) comenzarán provocando un cierto síndrome de Estocolmo en
Guillermo, más impresionable y candoroso que sus compañeros de aventura.
Pero es que la línea principal narrativa que
Francisco Peñalver nos pone ante los ojos no es el único imán para los
lectores. Hay al menos otras tres que capturarán su atención y que enriquecerán
la trama: los sucesos acaecidos en 1943 (el viaje de un submarino alemán
cargado de cajas selladas que nadie ha recuperado nunca), el modo truculento en
que el doctor Toppi perdió una de sus manos... y ese final abierto que nos
permite soñar con una prolongación de la historia.
Estamos, pues, ante el prometedor arranque de una
serie que, esperemos, muy pronto nos ofrecerá su continuación. Francisco
Peñalver Giménez se ha ganado el derecho a que confiemos en su pluma, e incluso
a que más de un profesor de instituto consulte esta obra y se plantee la
posibilidad de ponerla como lectura en su centro.
1 comentario:
Pues confiaremos en su pluma
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