Sin duda, muchos de ustedes recordarán la película,
protagonizada por Alfredo Landa y otros actores memorables. Aventuraba la
hipótesis de que el poeta granadino Federico García Lorca no había muerto en el
verano de 1936 después de su inicuo fusilamiento, sino que sobrevivió. Un niño
que ejerce tareas de pastor escucha las detonaciones, acude al lugar donde
están los cuerpos de las víctimas y comprueba que uno de ellos todavía respira.
Se lo lleva al lugar donde vive, logra que un médico se acerque hasta allí y,
lentamente, el fusilado se recupera. Aparentemente, ha perdido la memoria y la
capacidad de habla... Pero con el paso del tiempo comenzarán las sorpresas.
Aquella narración fílmica estaba inspirada en una
novela de Fernando Marías, con la que obtuvo el premio Ciudad de Barbastro en
1991; y hoy la traigo hasta esta página.
Quien se adentre en ella (y se lo aconsejo, porque
es fantástica) descubrirá que las divergencias con la película son notables. En
la obra de Marías, todo arranca con un periodista que tiene que cubrir un
evento poético en Andalucía. Tras realizar algunas grabaciones más o menos
convencionales, con las que espera cubrir el expediente, se encuentra por la
noche, mientras toma unas copas, con un viejo borracho, que le termina por revelar
que el poeta de Fuente Vaqueros no murió en agosto del 36, sino muchísimo
tiempo después. Él en aquella época no era una persona derrotada, como lo es
actualmente, sino un joven que se ganaba la vida repartiendo pan con su
motocarro. Un día, mientras realizaba su ruta por los pueblecillos, descubrió
los cuerpos de unas personas que acababan de ser fusiladas. Uno de los hombres
había conseguido arrastrarse durante unos metros y todavía parecía respirar. Él
lo subió en su vehículo, se lo llevó a casa para intentar curar sus heridas...
Y comienza otra historia. En ella hay puntos de conexión con la película de Miguel
Hermoso, pero también muchos elementos divergentes, que aportan a espectador y
lector matices distintos.
El viejo borracho que le cuenta su historia al
periodista terminará reconociendo sobre el poeta rescatado: “Sabía que lo único de alguna importancia
que había hecho, lo único que justificaba mi vida, era haberlo salvado al
comienzo de la guerra” (p.110). Un dictamen muy diferente del que reserva
para cierto “profesor extranjero” (cuyo nombre no aduce, pero que muchos
lectores podrán imaginar), que a su juicio sólo habla del poeta para magnificar
su propia imagen de investigador arriesgado y roturador de caminos. Y, sobre
todo, para vender la mayor cantidad de libros posibles.
Si les gustó la película, lean esta novela porque les resultará igualmente grata. Si no conocen ni una ni otra, comiencen por el texto de Fernando Marías y luego vean las imágenes de Miguel Hermoso. Me
agradecerán el consejo por partida doble.
2 comentarios:
No conocía ni película ni libro. Me anoto ambas cosas.
Gracias y un saludo!
Consejo agradecido.
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