Creo que los tiempos modernos nos han deparado,
entre otras erosiones y vacíos, el desamparo de intuirnos huérfanos. Es decir,
la sospecha de que apenas existen ya figuras intelectuales de rigor, peso y
solidez, que nos trasladen serenidades, juicios rigurosos e inteligentes y
análisis objetivos y cívicos de los problemas que nos circundan. Miguel de
Unamuno, José Ortega y Gasset o Bertrand Russell parecen ya no estar. Y no es
que nuestros barcos carezcan por ello de brújulas o cartas náuticas sino que,
reconozcámoslo, la luz de los faros alegra, orienta y tranquiliza. Disponer de
una referencia externa que sea fiable no exonera del pensamiento propio, pero
sí que lo enriquece y perfecciona. Desde hace años, fruto de una lenta
decantación, he ido eligiendo, como imagino que hará todo el mundo, mis propios
faros. En ellos encuentro calma, ocasiones para la reflexión y prosa excelente,
que me maravillan en la lectura y en la relectura. Y si tuviera que reducirlo a
aquellos que jamás me han decepcionado tendría que anotar tan sólo dos nombres:
Antonio Muñoz Molina y Javier Marías.
Ahora, la editorial Alfaguara nos ofrece, reunidas
en un volumen de casi cuatrocientas páginas, las noventa y seis columnas que
este último publicó en el suplemento dominical de El País entre febrero de 2011 y febrero de 2013. Y me vuelvo a
encontrar con la elegancia inteligente de uno de los analistas más sólidos de
la realidad española. Usando la ironía, la memoria, la objetividad y, sobre
todo, una prosa donde la belleza se une a la progresión implacable, Javier
Marías nos habla de temas grandes y pequeños, de temas nacionales y foráneos,
de personas vivas y muertas, de asuntos antiguos y modernos, de libros, del
Real Madrid, de la iglesia católica, de los desmanes extrañamente impunes de
los políticos, de la situación de los gays españoles, del atosigante control
que se ejerce sobre nosotros desde que estamos siempre localizables en el
teléfono móvil, de su admiración por el polémico consorte británico Felipe de Edimburgo
y tantos otros temas más. El resultado de esa amalgama aparentemente loca (que
no es sino fruto de la atención semanal a los mil temas variadísimos que la
vida nos va suministrando) es un fresco impecable de la España del siglo XXI, difícil, complicada y marrullera, por
citar a Enrique Santos Discépolo, en la que todos vivimos inmersos y que este
libro nos ayuda a entender.
Porque de eso se trata, fundamentalmente: que una
mirada exterior, si es lúcida y está bien trenzada, arroja luces sobre lo que
observamos a diario sin darnos cuenta de sus detalles. Y por eso resulta tan
necesario estar pendientes de lo que ese tipo de miradas capturan para sí
mismas y para nosotros, en un doble ejercicio de aprendizaje y de enseñanza.
Javier Marías es un espectador (en el
sentido orteguiano de la palabra) que mira y anota, que saja y muestra, que
reflexiona y comparte. Por eso leo sus páginas desde hace muchos años con
atención, con admiración y con respeto. Y me gusta que, periódicamente, la
editorial Alfaguara nos entregue sus artículos, agavillados en un tomo, para su
conservación y su paladeo constante. En nuestros días y en nuestro país, pensar
con independencia se está convirtiendo en una aventura insólita, que algunos
practican de manera fervorosa. Javier Marías es uno de ellos.
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