Hace ya tiempo que descubrí, en la
prosa de Andrés Pérez Domínguez, su condición caleidoscópica; es decir, la
anonadante virtud que tiene para alcanzar, sea cual sea la combinación de sus
cristales, la belleza literaria. Nos hable de hombres, de mujeres, de espías,
de boxeadores o de científicos, lo hace con elegancia inaudita y con un eficaz
manejo de los resortes narrativos. Su última novela, El silencio de tu nombre, ostenta idénticas virtudes. Tratar de
resumir su trama sería, aparte de absurdo y farragoso, una descortesía hacia
sus futuros lectores. No incurriré, pues, en tal equivocación. Digamos
simplemente que en el año 1950 se desata una lucha sorda para descubrir la
localización de un inmenso tesoro robado por los nazis a los judíos, y que los
escenarios de la obra (Madrid, París, Berlín, Génova, Andalucía) van viendo
desfilar a un buen número de personajes: comunistas dominados por el idealismo,
periodistas deportivos, chicas de alterne, burócratas corruptos, viejos héroes
de guerra, falsificadores, agentes de la CIA, señoritos andaluces dedicados al
espionaje, nazis camuflados... Y todo eso combinándose en una sorprendente obra
de ingeniería novelesca, tan difícil de escribir como sencilla de leer, basada
en los saltos temporales y en el delicado pero eficaz juego de las cajas
chinas, que se cierra con un delicioso final lánguido. ¿Los personajes? Pues la
misma perfección inmaculada que pregonamos de la trama o la escritura del libro
podríamos aplicársela a ellos. En especial, a los cinco que constituyen la
médula del relato: el capitán Martín Navarro (que ha visto cómo la lenta
erosión de sus ideales lo arrojaba a un mundo sórdido), el periodista Gregorio
León (que se ve envuelto en una trama que lo supera y que encuentra su única
luz en los brazos de una mujer inesperada), Robert Bishop (un norteamericano
con más densidad anímica de la que se podría pensar en sus primeras intervenciones),
la banquera Mercedes Cifuentes (fascinante, poderosa y beata, digna aspirante a
una futura novela con su historia) y Erika Walter (viuda de un personaje
turbulento llamado Emil Liebermann, que terminará convertido en el gran
protagonista fantasma de la obra). Con esta novela, el sevillano Andrés Pérez
Domínguez nos traslada una fascinante historia de amor, pero también una serie
de interesantes reflexiones sobre el sentido de la culpa, sobre el peso que en
cada uno de nosotros imprime el pasado y sobre la forma en que inevitablemente
termina por invadirnos la decepción al final de nuestras vidas. Quizá porque
vivir sólo es elegir la postura en que seremos derrotados. Quién sabe.
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