La mayor parte de los cuentos que
podemos leer y valorar se pliegan más o menos escrupulosamente a un modelo que
podríamos llamar, para resumir, cortazariano.
Es decir, una situación y unos personajes bien perfilados, que se desarrollan
con habilidad ante nuestros ojos y que, al llegar a la conclusión del relato,
cristalizan y se redondean para provocar la sorpresa, la maravilla o el pasmo
del lector. Es un mecanismo feliz, inagotable (si el talento del que lo compone
es notorio) y sumamente eficaz. Esa sensación lectora de deslumbramiento, de
mazazo final, de KO, de prestidigitador que reserva su truco más vistoso para
el instante postrero, es aplaudida de forma casi unánime.
Pero existen, cómo no, otras
posibilidades narrativas. Una de ellas es la que podríamos llamar cuento segmentario, y tiene también
muchos interesantes cultivadores. Consiste —y la definición será injusta, por
limitada— en presentarnos una acción acotada en la que difícilmente
apreciaremos un principio, un desarrollo y un final. O sea, que el narrador
empieza a contarnos algo (un suceso, una conversación) y debemos sumergirnos en
ella para contagiarnos de su clima, para respirar su atmósfera, para sentir su
temperatura. Los personajes hablan y hacen, pero no debemos aguardar una
sorpresa en el último párrafo, porque no la hay. El fósforo se apaga o el sol
declina sin que suene la orquesta o estallen cohetes. ¿Menos espectacular que
el modo cortazariano? Sin duda ninguna. ¿Menos seductor o llamativo? Ahí ya no
puedo estar —ni estoy— conforme.
Margarita Leoz es una joven escritora
de Pamplona que acaba de publicar la colección de relatos Segunda residencia en el sello Tropo Editores. Este libro de
cuentos (nos lo explica la solapa) es el primero que publica, tras un volumen
de poesía en 2008. Y el resultado, desde luego, es admirable. Con una prosa de
gran limpieza, casi cirujana, consigue dibujar paisajes (paisajes externos,
pero también paisajes del alma) con media docena de pinceladas; esculpe
personajes con una claridad y unos matices que asombran; y nos deja en los ojos
una sensación de acuarelas o de miniaturas llenas de niebla, donde los colores
tienen muchas más funciones, aparte del adorno puramente estético. Espectadores
de excepción, quienes se acercan a leer las propuestas de este libro tendrán la
suerte de acompañar a esa ginecóloga que acude a una clínica de estética y
descubre allí a una empleada que fue la chica que la maltrataba cuando era
niña; y viajará con Paula en un autobús que se mueve entre la ventisca, para
conocer a su hermana recién nacida, en un hospital lejanísimo; y observaremos
cómo un chico escayolado conversa con la novia de su hermano, que acaba de
morir en un accidente; y nos veremos involucrados en una anómala reunión de
vecinos, donde aparecen un perro, unos discos antiguos y una lata de callos a
la madrileña; y seremos cómplices silenciosos de una chica que, harta de
trabajar en un bar con su pareja, consigue un trabajo en sus ratos libres para
ir abriéndose a otras posibilidades laborales; y nos iremos a una fiesta con Teresa,
fotógrafa ocasional que busca conseguir un poco de dinero extra; y veremos cómo
se desenvuelven en sus vacaciones dos personas cuyo hijo murió hace diez años
en el mismo entorno en el que ahora descansan ellos; o notaremos, como una
lanza clavada en el estómago, el tedio que acomete a una joven profesora de
instituto que es destinada a una localidad donde, con el fin de ahorrar, tendrá
que alojarse en casa de una anciana; o asistiremos a la extraña vida conyugal
de un psiquiatra que se ha casado con una de sus antiguas pacientes y que ahora
se ve envuelto en una espiral de cortesías sociales que no ha buscado y que no
le agradan.
Hipnotizados por el magnetismo
prosístico de Margarita Leoz, todas estas historias (y otras más que el volumen
contiene) se nos van metiendo en la cabeza y nos dejan anonadados. Y lo
consiguen además con el mecanismo más simple y más antiguo que existe en el
mundo de la narrativa: la buena prosa sirviendo como cauce para una peripecia
bien contada. ¿Se puede pedir más? El catálogo de Tropo Editores sigue
creciendo en brillantez.
1 comentario:
Modelo cortazariano vs. modelo carveriano, jodida elección
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