Decía el genial Fernando Pessoa que ser poeta era
su manera de estar solo, y pocas veces se han escrito palabras más sencillas,
más luminosas y más ciertas. El poeta es, por definición, un ser desamparado,
que bracea en el océano de la vida con la intención doble de no ahogarse y de
ser visto por los demás. Es decir, estar vivo para sí mismo y vivo para sus
semejantes y la Historia. Francisco Javier Illán Vivas, que es alma sensible y
manantial de palabras, nos acaba de entregar su último braceo poético, que
lleva por título A mi manera y que
supone toda una declaración espiritual. En sus páginas nos encontramos con
hermosos y desgarrados poemas que se escribieron “en el regazo de la noche”
(p.9), “bajo la madrugada” (p.16), mientras el poeta miraba “el atardecer”
(p.17) y se sentía “enterrado vivo” (p.19), porque consideraba “alcanzada la
edad de la penumbra” (p.25). No hace falta insistir, pues bien evidente
resulta, en el tono de auténtico crepusculario o colección de luces
languidecientes, de oscuridades tutelares y reveladoras que alientan bajo las
palabras de este tomo (“La muerte es la única certeza de la Tierra”, p.28).
Incluso en ocasiones el poeta se decanta por esmaltar versos aún más
contundentes, donde flota casi el nihilismo (“Cada día, cuando encaro el camino
de nadie sé que estoy un poco más cerca de nada”, p.32). No estamos, pues, ante
una colección de textos gozosos, festivos o llenos de luz, sino ante un paño de
la Verónica que revela sombras, desazones y huecos tristes. Constantemente,
Francisco Javier Illán Vivas alude al tempus fugit, a esa marea que se lleva
los años y que nos deja manchados los dedos con el mercurio de la angustia,
quizá porque es consciente de que “el poeta está colgado en el pasado” (p.45) y
que recordar y preguntarse son operaciones necesarias, pero dolorosas. Es muy interesante
también constatar cómo este volumen presenta intertextualidades que cruzan sus
dedos poéticos (Fernando Pessoa, Ferreira Gullar), musicales (Sibelius,
Tchaikovsky), lingüísticos (versos en portugués) y mil estrategias más, todas
inteligentes y eficaces, que ayudar a formar una malla de sensibilidad extrema,
donde se percibe con claridad el palpitar de un corazón poético, y donde
encontramos algunas imágenes tan inusuales como poderosas (“Doblado de dolor
como una alcayata”, p.43). Pero quizá lo más lírico de todo es el final, donde
Illán Vivas nos reserva una sorpresa maravillosa: una poética sencilla,
rítmica, contundente, donde nos explica que siempre se ha conducido por la vida
“a su manera”. Un poema letánico, musical y desnudo, que culmina el libro con
un elegante bordón. Sin duda recomendable para lectores sensibles.
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