Hace unos años, ironizaba Joaquín
Sabina en una de sus canciones sobre esos críticos que lo acusaban de jugar
demasiado a la ruleta rusa; y añadía que, en caso de no haberlo hecho así,
seguro que lo hubieran señalado con acrimonia por estancarse en “Calle Melancolía”.
Luis Leante, ganador del premio Alfaguara del año 2007, ha decidido no
aprovecharse del éxito multitudinario de su novela Mira si yo te querré para construir una obra idéntica, ni tampoco
para reducirse a los cauces de una pieza comercial, fácil, de venta asegurada.
Él, como buen degustador de literatura, conoce a la perfección los mecanismos
que componen una novela “vendible”, de consumo rápido y aceptación masiva. Pero
ha decidido circular por otro camino: el de calidad, el de la autoexigencia, el
de la honestidad.
El resultado es
La Luna Roja , una pieza mayor, un tapiz donde
muchos hilos, de muchos colores y texturas, se unen para componer la base de
una narración rica, poliédrica y sorprendente. Acostumbrados a que el autor
murciano nos pasee por ámbitos geográficos muy diversos (El vuelo de las termitas nos hizo viajar por toda España; Paisaje con río y Baracoa de fondo nos
condujo hasta la hermosa y lejana Cuba; Mira
si yo te querré o La puerta trasera
del paraíso nos invitaron a conocer los desiertos septentrionales de
África), lo acompañamos ahora hasta Turquía. Estambul, sus cafés, sus calles,
sus viejas imprentas, su contaminación, el carácter de sus pobladores, sus
puentes y sus conflictos, se convertirán en la semilla de una historia muy
extensa en el tiempo que, por azares que conviene leer en la propia novela,
culmina en Alicante. Varios son sus protagonistas: René Kuhnheim, un traductor
que no encuentra su rumbo en el universo de las letras (le gustaría dedicarse a
la creación literaria, pero no ha pasado de publicar en su juventud un volumen
de cuentos que fue recibido sin pena ni gloria por lectores y críticos); un
escritor turco llamado Emin Kemal (cuyo nombre sonó hace años para el premio
Nobel de Literatura, pero que actualmente vive en un silencio inhóspito, en una
pequeña vivienda alicantina); Derya, la hermosa e intrigante esposa de Kemal
(que llega a su vida en 1970, cuando era una mantenida de lujo y él un escritor
que redactaba sus obras en un café estambulí); Aurelia (mujer misteriosa que se
manifiesta sobre todo a través del teléfono y cuyo auténtico papel en la
narración no descubrimos hasta que faltan cincuenta páginas para acabar la
obra); y un buen caudal de personajes que sería inadecuado calificar de secundarios,
y que traban las acciones de la novela con la maestría que sólo un excelente
fabulador sabe imprimir a sus líneas.
Todos los tipos
de lectores encontrarán acomodo y placer en La
Luna Roja. Quienes buscan amenidad y argumento los
encontrarán de sobra en sus capítulos: el cadáver de un hombre, que es
encontrado en su casa con un libro abierto sobre el pecho; los restos
carbonizados de un anciano, al que no puede identificarse; un enigmático
personaje, cuyos años transcurren en la languidez atroz de un sanatorio mental;
una mendiga de oscuro pasado y atormentado presente; un amor de juventud,
estorbado por la obcecación, que es recuperado cuando parecía que ya no quedaba
tiempo para gozarlo; cruces de identidades, que terminan deparando más de una sorpresa
(algunas, anonadantes); etc. Quienes, por el contrario, le prestan más atención
a la técnica, disfrutarán sobradamente con los alardes del autor: su manejo
prodigioso del flashback; su pericia a la hora de construir personajes, a los
que dota de una profundidad biográfica y psicológica muy notable; la endiablada
marea necesaria de datos históricos, ambientales y cronológicos que va
deslizando con naturalidad exigente… Y quienes se interesen por las
curiosidades que los autores introducen en sus obras de creación también
descubrirán en La Luna Roja elementos
bastantes para saciarse: así, observarán que uno de los personajes, que aparece
en el capítulo 1, es el inspector Chacón (segundo apellido del novelista de
Caravaca); o que otro de los actores de la obra es Leandro Davó (cuyo parecido
fonético con “Leante Chacón” no parece casual); o que René Kuhnheim, el crítico
literario alrededor del cual gira buena parte de la trama, escribió en su
juventud un libro de relatos que llevaba por título El criador de canarios (idéntico marbete al que Luis Leante le puso
al volumen que publicó en el año 1996 en la editorial Ópera prima).
2 comentarios:
Hermosísima reseña para una novela genial, por si algún meapilas todavía andaba pensando que lo del Alfaguara fue una casualidad. Ahí está Luis Leante para demostrar lo que siempre ha sido, un escritor con mayúsculas. Un abrazo, hermano.
Querido hermano, ya sabemos que los meapilas suelen ser feos y bajitos (como decía Cela), y que se mueren por conseguir lo que los envidiados consiguen. Su ataúd suele ir chorreando un reguero de bilis camino del cementerio.
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