Lo he dicho más de una vez. Y como las
verdades no se oxidan ni se erosionan por repetirlas lo diré de nuevo: Antonio
Gómez Rufo es uno de los escritores más notables de España. Cada libro suyo es
una brisa de calidad que orea y llena de júbilo el ánimo de los lectores. Es un
autor que ha abordado temas diversos, siempre con sensibilidad exquisita: véase
su revisión de personajes históricos como Marco Junio Bruto (La leyenda del falso traidor, 1994), su
reflexión sobre el amor entre mujeres (Si
tú supieras, 1997), su enérgica mirada a la postguerra civil española (El desfile de la Victoria , 1999) o ese
fausto monumento narrativo que es Adiós a
los hombres (2004).
Hoy deseo
hablar de otra novela del autor madrileño. Su título es El señor de Cheshire, obtuvo el premio Ciudad Ducal de Loeches en
2005 y fue publicada poco después por Ediciones Irreverentes. Nada ofensivo
asevero sobre la novela al decir que es ligera e irónica. El propio Gómez Rufo
tiene la zumba de subtitularla «Un divertimento literario»; y atina plenamente.
En ella, el desocupado sir William James Harrod se entretiene en encargar la
fabricación de una muñeca para que el señor de Cheshire, sobrino de Lewis
Carroll, distraiga sus horas en prisión con un alivio sexual adecuado a sus
gustos. Pero la modelo que utiliza Mr. Whiteman para construir esa ingeniosa
muñeca es tan seductora que el propio sir William acaba sucumbiendo a sus
encantos. La infidelidad conyugal que el noble perpetra es tan ostensible como
adecuadamente correspondida: su esposa, lady Harrod, se deja auscultar todos
los pliegues de su organismo, con sonoro beneplácito, por el doctor Linz, un
fogoso galeno al que acaba introduciendo en su casa.
Quien desee
descubrir la elegancia expresiva de Antonio Gómez Rufo sólo tiene que acudir,
por ejemplo, a la página 44, y leer con una sonrisa que el doctor Linz y lady
Harrod, «en un delirio de procacidad, se llegaron a rozar las manos al pasarse
el azucarero»; quien anhele encontrar perlas de humor, sírvase leer esta
maravillosa descripción de un gatillazo («Lo que podía haber sido dureza de
pedernal sajón se ha convertido en endeblez de salchicha germana», página 96) o
la afortunada ironía que reserva para hablar de «los restos de afecto que
suelen sobrevivir en parientes de primer y segundo grado en las familias
británicas», página 119); y quien tenga curiosidad por leer la excitante
secuencia en la que el doctor Linz ata a la cama a lady Harrod, la embadurna
libidinosamente con aceite con lentitud sabia, le deja caer gotas de cera y
consigue volverla loca de placer con varios orgasmos consecutivos, también
podrá hacerlo. (Aquí no indico la página, para no fomentar lecturas parciales
del volumen).
Prepárense a
disfrutar (literariamente) todos los que abran las hojas de esta novela, donde
el humor, la buena prosa, la sensualidad y un certero análisis del espíritu
humano se alían bajo el nombre egregio de Antonio Gómez Rufo.
2 comentarios:
Hola Rubén:
No puedes hacerte una idea de lo que aprendo mientras leo tus reseñas. Gracias por ponerlas en el blog.
hasta pronto,
Gonzalo
Acabo de terminar esta historia aunque no la he leído, la he escuchado en el coche. últimamente me he aficionado a los audiolibros...
Me ha gustado mucho tu reseña. Enhorabuena.
Sólo la parte en la que Jack cuenta las torturas que ha escuchado narrar a Dogson se me ha hecho pesado. El resto coincido contigo en todo.
Besos!
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