Todos necesitamos (no sólo durante la
niñez o la adolescencia, sino incluso en la época aparentemente estable de la
madurez) un lugar en el que refugiarnos, en el que sentirnos seguros, en el que
creernos a salvo de los problemas exteriores. Un reino donde la fantasía anule
los relojes y nos convenza de que todo está bien, y que no tenemos por qué
llorar o preocuparnos. Jess, un chaval de diez años, cuya máxima ambición es
convertirse en el corredor más rápido de su clase (quinto curso), conoce a una
chica sorprendente, recién llegada al pueblo: se trata de Leslie Burke, a la
que los muchachos miran con malos ojos porque los vence con una facilidad
insultante en las pruebas atléticas, y que acabará haciendo buenas migas con el
protagonista. Ambos fundan junto al río un territorio especial, único, para
ellos solos (“Un país mágico como Narnia”, dice Leslie en la pág. 62), que
bautizan como Terabithia, y dentro del cual se rigen por normas diferentes:
hablan como si fueran reyes medievales, invocan a los dioses del bosque, e
incluso se hacen con un pequeño perrito, al que nombran “Príncipe Terrien”.
Para acceder a este reino de ensueño, han de hacerlo mediante una cuerda, que
los transporta al otro lado del río. Terabithia se convierte, pues, en su
patria, en su zona de aislamiento, donde Jess olvida a sus insoportables
hermanas, donde Leslie encuentra al primer amigo auténtico de su niñez y donde
ambos, poco a poco, irán consolidando una relación hermosa e imborrable. Pero
el Destino es cruel, y no es frecuente que autorice la dicha sin que los
implicados paguen un precio. Un precio altísimo. Y ese precio se convierte en
una prueba de madurez, casi en un rito iniciático. Katherine Paterson, una de
las escritoras de mayor peso en el campo de la literatura juvenil, consiguió
con esta novela un éxito internacional, refrendado por traducciones,
comentarios elogiosos en innumerables medios de comunicación, y hasta una
versión cinematográfica de la obra (de la que este libro incorpora treinta
deliciosas imágenes a todo color). Se lee con envolvente rapidez y seducirá a
todo tipo de públicos: desde chavales de la misma edad de sus protagonistas
(unos diez o doce años) hasta padres o profesores (que encontrarán un nivel de
lectura más hondo en sus páginas, cargadas de símbolos).
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