Toquen las campanas (y toquen bien
fuerte), porque tenemos novelista. Y no un novelista cualquiera, sino uno de
gran vigor. Quédense con su nombre: Félix G. Modroño. Procuren no olvidarlo. Si
los cauces editoriales funcionan como deben y el mundo de los lectores
españoles no está definitivamente entontecido por las mil morrallas que le
suministran narcóticamente los medios de comunicación, su nombre irá corriendo
de boca a oreja, y se terminará convirtiendo en uno de los nombres más
interesantes del panorama literario en nuestro país. Hay quien opina (lo sé)
que los críticos no deberíamos decir este tipo de cosas, y que deberíamos
limitarnos a redactar media docena de elogios (si el autor es novato) o tres
elogios acompañados de coordinadas adversativas (si ya ha publicado más de un
libro). Que lo último es ‘mojarse’. Pero qué quieren que les diga. No me
apetece ponerme en ese plan. Tengo que aprovechar la coyuntura, porque cada vez
encuentro menos motivos para lanzar cohetes cuando me enfrento a las novedades
que ofrecen las librerías. Recuerdo que, allá por 1996, cogí la primera novela,
gordísima, de un tal Juan Manuel de Prada, a quien no conocía entonces casi
nadie. Y cuando terminé el libro publiqué una reseña a la que puse por título
«Habemus papam»; dije en ella que Prada llegaría a lo más alto del panorama
nacional... y los responsables del periódico en el que entonces estaba me
miraron con gestos de estupor. Me dijeron que cómo me arriesgaba tanto; que
fuese menos efusivo; que me limitara a los estereotipos al uso y que
probablemente así me iría mejor. Al final, Prada terminó ganando el Planeta
unos meses después; luego el premio Biblioteca Breve de Seix Barral; y todos
los demás que ustedes sin duda conocen. Mi hipérbole se cumplió.
Ahora me ocurre
algo parecido: creo que Félix G. Modroño ha comenzado una trayectoria que
podría ser imparable. Su personaje de don Fernando de Zúñiga (un médico
salmantino del siglo XVII, al que encomiendan resolver un enigma que ha costado
sangre) tiene madera de perduración y podría convertirse sin mayores problemas
en un personaje como el Alatriste revertiano: una figura sólida, llena de
matices, cuyas aventuras están ampliamente documentadas desde el punto de vista
histórico, gastronómico, indumentario y lingüístico, y que encandila a los
lectores desde el mismo instante en que aparece en escena.¿Quieren ustedes
saber por qué en el último cuarto del siglo XVII están apareciendo Cristos
esculpidos con una impecable técnica, a la vez que aparecen cadáveres de
personas cuyos rasgos coinciden con los de esas tallas? ¿Quieren saber cuál es
el posible y misterioso origen de la figura del Cachorro sevillano (una de las
figuras más veneradas de nuestra imaginería barroca)? ¿Quieren disfrutar con la
prosa atrayente, magnética, subyugante y limpia de un novelista de verdad?
Acudan entonces a La sangre de los crucificados,
escrita por Félix G. Modroño y publicada por el sello Algaida. Y luego me
cuentan.
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