viernes, 25 de julio de 2025

Luna de perigeo

 


Eso que, tan pomposa como seriamente, llamamos “la realidad”, se viene abajo en cuanto atinamos a mirarla de otro modo, con otras pupilas, desde otro ángulo. Para demostrarlo ahí están los pequeños diamantes que Elena Casero Viana reúne en su volumen Luna de perigeo, publicado por el sello Enkuadres. Y les aseguro que he utilizado la fórmula “pequeños diamantes” con absoluto rigor, porque la autora valenciana consigue en ellos una complicada ingeniería de condensación que solamente afecta al número de palabras, pero no a la envergadura de su sugerencia. Les pondré un ejemplo, que se hospeda en la página 21 de este hotel narrativo. Imaginen a un hombre que, sudoroso y casi extenuado, corre para salvarse. Nada sabemos de su culpa. Nada sabemos de los motivos de su huida. Simplemente corre y corre, con un traje de presidiario. El horror y la angustia lo hacen transpirar, pero no detienen el frenesí de sus piernas, que tratan de llevarlo a la salvación. Por detrás de él, casi feliz en su sadismo, viene otro hombre, que porta un arma y que sujeta a un perro con las fauces embadurnadas de espuma: la gran tarea de ambos es cazar al fugitivo. Parece una escena cinematográfica (seguro que recuerdan alguna de parecido tono), donde casi podemos escuchar el resuello del perseguido, la inmisericordia del sol (que golpea desde hace horas), la adrenalina rencorosa del perseguidor, los ladridos paralizantes del animal. Por supuesto, cazador y perro tienen todas las papeletas para alzarse con la victoria: atesoran demasiadas ventajas. Bien, ahora dejemos que Elena Casero nos ofrezca esa misma historia en dos líneas y media: “Sonreía mientras lo veía correr espoleado por el pánico. El eco aplaudió su puntería. Satisfecho, recogió de boca de su lebrel un pedazo de tela de rayas”. Seguro que ahora comprenden mejor mi etiqueta de “pequeños diamantes”, porque muchas de las propuestas del volumen transitan por esa senda: condensan, sugieren, atrapan, sorprenden. Solamente una autora excelente puede conseguir ese nivel de exactitud con el vocabulario y con la sintaxis. Cómo no recordar el bello endecasílabo con el que Dámaso Alonso definió al maestro barroco: “Quevedo prensa pensamiento hirviente”.

En ocasiones, veremos a un niño pobre cambiar de estatus en el futuro y tener frente a sí al niño rico que lo humilló (“Las vueltas del tiempo”); o sentiremos lástima por una niña que ya no se encuentra (aunque quisiera) entre los vivos (“Añoranza”); o sentiremos asombro al descubrir el modo acelerado en que han cambiado, gracias a los avances de la modernidad, los mecanismos del nacimiento y de la muerte (“Nuevas tecnologías”); o advertiremos con estupor las posibilidades libidinosas de un cuento infantil (“Por eso le llaman Sabio”); o notaremos cómo se nos encoge el estómago con una escena de tristísima aceptación laboral (“Yo que tú”); o percibiremos el escalofrío que nos recorre la columna vertebral al saber de cierto pacto inquietante (“Trueque”); o, en fin, nos dejaremos inundar por la compasión ante el bochorno de una escena triste y conmovedora (“El recién llegado”).

Que un libro te ofrezca una historia admirable es digno de aplauso. Que te regale más de setenta ingresa, definitivamente, en el ámbito del prodigio.

1 comentario:

Elena Casero dijo...

Muchísimas gracias. Ha sido una gran sorpresa