lunes, 21 de julio de 2025

Poética del ermitaño

 


Acompáñenme, si les parece, y subamos por la cuesta hasta la casa de Don. Una vez que estemos allí, observémoslo en silencio. Es un hombre solitario, barbudo, amigo del silencio, que ha creado como un orfebre su propia existencia. Vive en esa vieja ermita que fue escenario de un tiroteo durante la guerra civil de 1936 y, tras ella, se abre el acantilado sobre el mar. El personaje realiza tallas en madera y, a veces, recibe la visita de un fantasma infantil: un niño cuya cabeza fue atrozmente cercenada. A veces, por los motivos más variados (para hacer regalos navideños, para acudir al prostíbulo, para emborracharse, para escuchar la charla de los pescadores), admite por unas horas el contacto humano. En la página 82 de esta obra se habla de “un ser fronterizo, desdibujado, el último hombre libre”. Bien pudiera ser el retrato de Don, que Miguel Á. Zapata convierte en el axis mundi de Poética del ermitaño, el absorbente trabajo que acaba de publicar en Baile del Sol.

Y ese personaje, si nos atenemos a las pinceladas que sobre él nos va entregando el granadino, asombra y perturba: prepara unos misteriosos brebajes capaces de provocar sueños dirigidos en quienes los ingieran; captura, asa y se come a uno de los gatos de doña Braulia; descubre un día en la tienda de un anticuario cierto maletín, donde están grabadas las iniciales H. Ll. (que él juzga que corresponden a Harold Lloyd, aunque en realidad eran de Higinio Llopis); observa un día cómo, por sorpresa, comienza a nevar en los alrededores (y solamente en los alrededores) de su casa, convirtiéndose de ese modo mágico en un “aristócrata del invierno” (p.45); asiste a una boda con traje alquilado y, muy pronto, siente la asfixia de unas ropas que no son suyas y escapa corriendo hacia su hogar… “Don es una metáfora. Y una singularidad”, nos anticipaba el autor en la página 10. Y bien cierto resulta, a tenor de estos ejemplos. Pero, sobre todo, es un ser limítrofe: vive en una ermita (límite entre lo religioso y lo profano) que fue escenario de una situación terrible durante la guerra civil (límite entre la guerra y la paz), situada en un acantilado (límite entre la tierra y el mar); ve al niño decapitado (límite entre la vida y la muerte); baja al pueblo muy esporádicamente (límite entre la soledad y la sociedad)… Don es un atrayente misterio que cada lector tiene que reconstruir con las piezas que vaya encontrando durante el camino, porque estamos ante un texto plural, complejo y fascinante que, siendo una novela, es también un estudio psicoanalítico y una biografía. Y en él encontramos, cómo no, la prosa lírica, sinuosa, sugerente e inconfundible del maestro Zapata, que embriaga desde la primera línea.

Mientras avanzaba por las páginas del tomo e iba subrayando pasajes, dos libros de Camilo José Cela acudían a mi memoria: Mrs. Caldwell habla con su hijo y Oficio de tinieblas 5. El primero, por su aproximación al personaje en forma de viñetas sucesivas; el segundo, por ser, como el mismo autor gallego pregonaba, una purga del corazón. Ya me dirán qué les parece a ustedes, cuando terminen de leer la obra. A mí me ha encantado.

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