Acompáñenme,
si les parece, y subamos por la cuesta hasta la casa de Don. Una vez que estemos
allí, observémoslo en silencio. Es un hombre solitario, barbudo, amigo del
silencio, que ha creado como un orfebre su propia existencia. Vive en esa vieja
ermita que fue escenario de un tiroteo durante la guerra civil de 1936 y, tras ella,
se abre el acantilado sobre el mar. El personaje realiza tallas en madera y, a
veces, recibe la visita de un fantasma infantil: un niño cuya cabeza fue atrozmente
cercenada. A veces, por los motivos más variados (para hacer regalos navideños,
para acudir al prostíbulo, para emborracharse, para escuchar la charla de los
pescadores), admite por unas horas el contacto humano. En la página 82 de esta
obra se habla de “un ser fronterizo, desdibujado, el último hombre libre”. Bien
pudiera ser el retrato de Don, que Miguel Á. Zapata convierte en el axis mundi
de Poética del ermitaño, el absorbente trabajo que acaba de publicar en
Baile del Sol.
Y
ese personaje, si nos atenemos a las pinceladas que sobre él nos va entregando
el granadino, asombra y perturba: prepara unos misteriosos brebajes capaces de
provocar sueños dirigidos en quienes los ingieran; captura, asa y se come a uno
de los gatos de doña Braulia; descubre un día en la tienda de un anticuario
cierto maletín, donde están grabadas las iniciales H. Ll. (que él juzga que
corresponden a Harold Lloyd, aunque en realidad eran de Higinio Llopis); observa
un día cómo, por sorpresa, comienza a nevar en los alrededores (y solamente en
los alrededores) de su casa, convirtiéndose de ese modo mágico en un
“aristócrata del invierno” (p.45); asiste a una boda con traje alquilado y, muy
pronto, siente la asfixia de unas ropas que no son suyas y escapa corriendo
hacia su hogar… “Don es una metáfora. Y una singularidad”, nos anticipaba el
autor en la página 10. Y bien cierto resulta, a tenor de estos ejemplos. Pero,
sobre todo, es un ser limítrofe: vive en una ermita (límite entre lo
religioso y lo profano) que fue escenario de una situación terrible durante la
guerra civil (límite entre la guerra y la paz), situada en un acantilado
(límite entre la tierra y el mar); ve al niño decapitado (límite entre la vida
y la muerte); baja al pueblo muy esporádicamente (límite entre la soledad y la
sociedad)… Don es un atrayente misterio que cada lector tiene que reconstruir con
las piezas que vaya encontrando durante el camino, porque estamos ante un texto
plural, complejo y fascinante que, siendo una novela, es también un estudio
psicoanalítico y una biografía. Y en él encontramos, cómo no, la prosa lírica,
sinuosa, sugerente e inconfundible del maestro Zapata, que embriaga desde la
primera línea.
Mientras avanzaba por las páginas del tomo e iba subrayando pasajes, dos libros de Camilo José Cela acudían a mi memoria: Mrs. Caldwell habla con su hijo y Oficio de tinieblas 5. El primero, por su aproximación al personaje en forma de viñetas sucesivas; el segundo, por ser, como el mismo autor gallego pregonaba, una purga del corazón. Ya me dirán qué les parece a ustedes, cuando terminen de leer la obra. A mí me ha encantado.
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