La primera vez que leí Mortal y rosa, de Francisco Umbral (Destino, Barcelona, 1979), fue
en agosto de 1989. Y no tengo que hacer demasiada memoria para recordar que me
impresionó. Aún no había sido padre, ni había perdido a ningún hijo, pero el
dolor terrible que sus páginas contenían me traspasó como un dardo envenenado
de lágrimas y literatura. Ahora, cuando lo visito por tercera o cuarta vez,
sigue pareciéndome un canto hermoso, magnífico, desgarrado y lírico que Umbral
le dedica a su hijo recién fallecido, y que hace estremecerse el ánimo del más
templado. Imagino que cuando pasen los años y las décadas, la imagen agria que
Umbral se obstinó en difundir como personaje público quedará olvidada o
difuminada, y que entonces se comprenderá la grandeza única de este largo poema
en prosa, uno de los mejores que he leído en mi vida. “Cómo negar la mitad en
sombra de la vida, si están ahí los sueños”.
“La juventud es una divina vulgaridad. Los años estilizan,
aristocratizan, dignifican un poco, y llegan incluso a individualizarnos. Pero
preferíamos la democracia gloriosa de la juventud a estas distinciones y
medallas de edad que nos impone la vida”. “Ahora la gente se pone al sol para
teñirse. Mal hecho. Eso da cáncer. El bronceado es un vestido, un disfraz. Una
mujer muy blanca está más desnuda. El pigmento, natural o adquirido, viste,
reviste”. “Es muy fácil que la mano se torne garra sobre el cuerpo de una
mujer. Ir a la mujer con manos de pianista mejor que con manos de ladrón. Que
la mujer no se sienta saqueada, sino templada, pulsada, afinada”. “El hombre,
si no es la medida de todas las cosas, es al menos una maqueta bien
intencionada del Universo”. “Nunca llevamos a un niño de la mano. Siempre nos
lleva él a nosotros”. “Estoy oyendo crecer a mi hijo”. “La salud es un delicado
equilibrio de deflagraciones. La cabeza que suena, los ojos que duelen, los
oídos que pitan, la garganta que escuece, el vientre que sufre, los enfisemas,
los vértigos, el insomnio, el miedo, las caries, las infiltraciones hiliares, las
arritmias, la tos. Estamos vivos de milagro. Lo científico sería morirse en
seguida”. “Vives otras casas, las amueblas, las habitas, y algo te dice que no
son tu casa. Entras y sales en ellas. Pero un día encuentras la casa, tu casa,
la que te esperaba, ésa que teje en seguida en torno de ti su silencio, sus
sombras, su polvo, su tiempo, y de la que ya no vas a salir nunca, a la que
volverás siempre”. “Escribir es una cosa pasiva, receptiva, contra lo que se
cree, así como leer es algo activo, creativo, voluntarista”. “El estilo es la
modulación que toma el lenguaje al pasar por nosotros, como la curva que adopta
el agua en una jarra”. “El libro es sólo el pentagrama del aria que ha de
cantar el lector. En el libro no hay nada. Todo lo pongo yo. Leer es crear. Lo
activo, lo creativo, es leer, no escribir”. “Miro mi edad en los espejos de las
tiendas”. “Moriré sin haber pasado por el mundo. Jamás he salido del ámbito
mágico de la literatura, lo cual no tiene nada que ver con la torre de marfil.
He vivido el mundo intensamente, pero literariamente. Escribir es sólo la
exteriorización de una actitud y de una óptica. El escritor va por dentro”.
“(El escritor) No, no sirve de nada defenderse con el escándalo o la rebeldía.
Al final te aprovechan. Al final te vacían en bronce, que es lo que quieren”.
“Nada me atormenta tanto como la belleza del mundo. Vamos en una lujosa
calamidad, en una primavera mortal, hacia la muerte. Se nos ha preparado —¿por
quién?, por nadie— una suntuosa masacre, el hombre muere rodeado de belleza,
entre el esplendor del verano o los palacios fríos del invierno”. “Lo nuestro
no tiene arreglo. El hombre es decididamente mediocre”. “Ya tenemos
estadísticas exactas sobre los niños que se mueren. Lo que no tenemos es ganas
de alimentarles, pero llevamos su muerte muy bien contabilizada”. “Hay que
descubrir la piedra filosofal todos los días, y encontrarla entre las piedras
grises y torpes, que son las que más abundan”. “Lo más desolador es que ni en
la muerte nos encontraremos. Cada cual se queda en su muerte, para siempre. La
muerte es distancia, sólo distancia”.
1 comentario:
Hola Rubén!
Solo he leído esta obra una sola vez, y no creo que vuelva a hacerlo, me dolió tanto que la dejé en el desván de casa de mi abuela y no he vuelto a rescatarla (y eso que la casa ahora es mía)
Un beso.
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