En ocasiones (por no incurrir en la
exageración de afirmar que siempre), la felicidad es un envoltorio que apenas
resiste un leve arañazo antes de revelar lo que realmente encubre: un contenido
menos amable, menos sonriente, menos idílico del que los colores exteriores
mentían. Sonreímos para protegernos. Disimulamos para apuntalarnos. Y con ese
camuflaje quebradizo circulamos por la vida... Así le ocurre a la inteligente
Polly Solo-Miller, una experta en técnicas de estimulación de la lectura que
trabaja en un puesto de alto nivel y que está casada con el abogado Henry
Demarest. Él es un hombre que goza de gran éxito en su profesión y que está
acostumbrado a que su esposa ejerza de dulce ángel tutelar (“Polly tenía dos
ocupaciones: la que desempeñaba a cambio de un salario y la consistente en
iluminar el humor sombrío de su marido”, p.27). La pareja tiene hijos, un hogar
lujoso, un nivel económico elevado y unas relaciones sociales animadas: cenas
con amigos en locales distinguidos, asistencia a exposiciones, viajes y
vacaciones donde nunca sufren imprevistos ni reveses... Pero Polly experimenta,
de pronto, una perturbación en su vida emocional cuando conoce al pintor
Lincoln Bennet, solitario y magnético, de quien acaba convirtiéndose en amante.
Polly no está dispuesta a renunciar a las nuevas sensaciones que Lincoln le
aporta, pero constata con sorpresa que continúa amando a su esposo (“Pensaba
que su amor por él no había menguado. Se había establecido un equilibrio que
hacía la vida más... La palabra era “soportable”, pero no se atrevía a pensar
en ella”, p.69). En ese juego erótico que con tanto vigor ha irrumpido en su
vida ambos tienen las cosas claras: ni ella quiere dejar a su marido, ni
Lincoln se muestra partidario de renunciar al preciado don de la libertad. Se
amarán y se encontrarán furtivamente cuando sus agendas se lo vayan
permitiendo. Mentirán, cuando se encuentren en público, una cordialidad educada
y huérfana de pasiones. En suma, tratarán de que la existencia de Polly siga
pareciendo “honorable”... Pero lo que ella no puede evitar es sentirse confusa
y triste por esta situación de encubrimiento en la que vive, que le hace
plantearse muchas preguntas: “¿Dónde había fallado? Las cosas que deseaba, las
cosas que tenía y las cosas por las que trabajaba no casaban entre sí. Se
sentía una extraña en su propia vida, una forastera entre las cosas que había
creado y una marginada de su propio corazón” (p.216). Estas tensiones, estas
zozobras la conducen a una sensación creciente de inquietud, de autoexamen; y
trata de replantearse su existencia (“De las terribles angustias que había
pasado sentía surgir un nuevo yo. No sabía cómo iba a ser, pero sería por
carácter y naturaleza exclusivamente suyo”, p.332)... Una novela llena de
reflexiones sobre el amor, sobre la fidelidad, sobre el sentido de la vida y,
ante todo, sobre los cauces que nos conducen hacia la dicha o el fracaso.
Espléndida propuesta de Laurie Colwin, que Antonio-Prometeo Moya traduce para
el exquisito sello editorial Libros del Asteroide.
1 comentario:
Hola Rubén! Mi madre decía que afortunadamente, la felicidad era pasajera, o viviríamos siempre ciegos a la realidad...creo que si no fuera por los traspiés de la vida, no sabríamos disfrutar de verdad cuando llegan caminos lisos.
No conocía el libro, ha despertado mi curiosidad.
Un beso.
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